viernes, 23 de junio de 2017

Capítulo 50: As I lay me down

¡Hola, hola, tributos! ¿Qué tal este comienzo de verano? ¿Estáis ya de vacaciones? No puedo estar más contenta por deciros que, ¡yo sí! Así que espero que, con este nuevo tiempo libre, pueda publicar más a menudo y para finales del verano, ya tengáis toda (o casi toda) la historia por aquí; ¡que con este, ya sólo quedan cinco capítulos!
En fin, sin más dilación, os dejo con el capítulo
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Fuente

Darling I need you
More than I want to
So as I lay me down
Won't you save me
                        As I lay me down, Wiktoria

CATO
Cuando Clove se despierta, el sol ya ha salido.
En cuanto noto que empieza a sacudirse, separo mi brazo (innecesariamente pegado a su cuerpo, si tenemos en cuenta que a estas horas ya hace mucho calor), y para cuando ella ha abierto los ojos ya estoy levantado.
-¿Comemos?
Clove necesita apenas un segundo para acostumbrarse a la luz y estirarse antes de estar completamente despierta y activa. Sonríe extrañada.
-¿No has empezado sin mí?
Niego con la cabeza, incapaz de que su sonrisa no se me pegue.
-Soy así de caballero.
Lo cierto es que la inactividad y el hambre llevan pasándome factura desde hace al menos un par de horas; pero después de todos estos meses casi sin tocarla, poder rodear su cintura, tener su pelo negro, su cuerpo diminuto junto al mío, con una excusa perfectamente válida para sentirla tan cerca...
Ni toda la comida del Capitolio me habría hecho moverme.
Sin embargo, ahora que se ha levantado, el cuadro cambia: lo primero que hace Clove es sacar su último paquete de comida y decidir qué cantidad tenemos que guardar para el mediodía; siempre tan calculadora, tan organizada. Mientras ella selecciona cuidadosamente categorías y grupos alimentarios, consigo su permiso para dar una vuelta de reconocimiento por el claro, más que nada porque sabe que, si no, acabaré subiéndome por las paredes.
O a falta de paredes, dejaré que la niñata en llamas vuelva a llenar mi cabeza con su fuego hasta terminar de consumirme.
Clove demostró anoche que, si hay una persona en el mundo que desee eso menos que yo, es ella. Quizá sea por mi bien, o por su propia supervivencia, o por la de los dos, lo mismo da. Aunque intenta parecer de hielo, como siempre, hasta yo me he dado cuenta de que haría lo imposible por mantener a nuestra enemiga alejada de mi cabeza. Si pienso en la manera en que anoche me dio la mano...
Respiro hondo, y aparto la imagen rápidamente. La imagen y todo lo que provoca. Esto son los Juegos del Hambre, por mucho que hayan mejorado en el trascurso de las últimas horas: no puedo perderme en ese tipo de idioteces. Con una última carrera, finalizo mi vuelta y aprovecho para practicar un par de fintas con la espada antes de volver al refugio.
Cuando llego, Clove ya ha terminado de preparar el desayuno, y sorbe de una botella metálica lo que sólo puede ser café instantáneo. Estoy seguro de que es lo que más ilusión le ha hecho de todo el contenido de las raciones. Se ríe al verme hacer una mueca, y después me lanza dos barritas de chocolate con almendras, un paquete de una especie de masa insípida a la que el envoltorio llama “pan galleta”, y un recipiente de comida enlatada.
-Si te gustase el chocolate un poco sabrías que no pega demasiado con el estofado de cerdo –digo en cuanto la abro.
-También tengo un par de ratones y una lagartija, si lo prefieres.
El tono sarcástico de su voz hace que levante la vista de la lata; pero cuando miro a Clove, ella me está sonriendo con la ceja arqueada. Aliviado, tardo menos de quince minutos en devorar el desayuno, que hace bastante por saciarme el hambre. Después vuelvo a practicar fintas con la espada, memorizando aquellas que tengo más desgastadas.
Tardo unos minutos en advertir que Clove me observa de reojo.
-Ocupando la cabeza. –Aclaro.
Ella asiente con desinterés, pero hay algo más en su mirada, una especie de advertencia contenida.
-La última se te ha ido un poco de fuerza. –Tamborilea con los dedos antes de seguir -. No es un movimiento fatal, pero parece... no sé, es como si... Estuvieses intentando matar a alguien.
-Es que estoy intentando matar a alguien.
Las palabras salen bruscas y precipitadas. Intento evitar el impulso de encararme, pero no puedo dejar escapar eso. Nunca he llevado bien las críticas, ni siquiera las de Clove; más bien, aún menos las de Clove, que son directas y no tratan de ocultarse debajo de un halago. Sin embargo, hago un esfuerzo por centrarme en respirar, y dejar que la ira fluya fuera de mí y de mis manos convertidas en puños.
-Perdona –digo.
 Espero un segundo. No suena sincero, pero a Clove le basta, por suerte. Tomo aire antes de volver a hablar, con una sonrisa nerviosa luchando por aflorar.
-Ya sabes lo que pasa, ¿no? Hasta cuando intento estar en otras cosas...
No tengo que terminar. Tampoco habría sido capaz de encontrar las palabras. Clove vuelve a asentir, con el ceño fruncido, aún sentada en el suelo. Yo paso del peso de una pierna a otra, incómodo, y estoy a punto de volver con las fintas cuando ella se levanta.
-Vamos a dar una vuelta. Y coge las armas: tenemos que encontrar una forma de mantenernos si pasa algo.
“Si los patrocinadores nos abandonan.”, quiere decir. No creo que buscar nidos y robar huevos sea una habilidad innata y apasionante que llevo ocultando toda la vida, pero su mirada no admite réplica. Con el ceño fruncido, le hago caso y la sigo fuera del refugio.
Tardamos HORAS en volver.
Es como si Clove se hubiese tomado lo de ocuparme la cabeza como un desafío personal. No sólo me enseña todo lo que ha aprendido estos días para robar los malditos huevos, sino que incluso intenta que pesquemos algún pez y matemos un conejo que huye al segundo de que le hayamos visto. Me enseña todos los tipos de plantas comestibles que reconoce (tiene una memoria asombrosa), recoge hojas para que nos abriguemos por la noche, y cuando parece que ya no podremos hacer más cosas, me reta a un combate. Dice que no me puedo permitir ir por ahí con una finta tan patética como la que he hecho antes. Yo le respondo que, si no fuera porque me moriría de hambre sin ella, ya estaría matándola. Ella sonríe, esa sonrisa peligrosa y con un punto de sadismo que hace magia entre mis piernas, y espera en posición de defensa a que me lance a buscarla. Varios moratones y un puñado de cortes después, ella ha ganado dos combates y yo, otros tres y un subidón de orgullo.
Intento ignorar el hecho de que Clove dejó resbalar el cuchillo a mitad del último para dejarme ganar.
Por tanto, para cuando llegamos al refugio, el sudor chorrea por nuestras frentes y yo me muero de hambre. Devoro todo lo que hemos recogido en nuestro paseo y una ración de comida liofilizada del paquete, que se queda en las últimas. Afortunadamente, nuestro espectáculo parece gustar a los patrocinadores, porque al final de la comida recibimos un pastel de frutas enorme.
Clove intenta hacerse la agradecida, pero le oigo susurrar por lo bajo algo del estilo de “al menos no es de chocolate”. Yo me limito a añadir una ración a mi copiosa comida.
No puedo contener un bostezo al acabar. A Clove se le escapa otra sonrisa y una mirada al cielo, antes de empujarme lentamente para que me tumbe.
-Te recuerdo que llevas sin dormir desde ayer por la tarde –dice con un tono de voz demasiado agradable para la Arena.
Pero yo no me quejo. No tengo fuerzas para ello y, sorprendentemente, me apetece hacerle caso. Dormir: suena bien. Cuando duermes, tu cabeza no puede ir a parar al rincón de mierda de siempre. Hasta ahora ha sido un día casi perfecto, y quizás lo que necesite para rematarlo sea una siesta. Luego, por la noche, me tumbaré al lado de Clove...
El sueño me alcanza en menos de un minuto.
***
Sé que algo va mal cuando me despierto empapado en sudor.
Parpadeo y abro los ojos rápidamente, pero el sol me ciega. Intento inspirar hondo, pero el aire está tan caliente que resulta asfixiante. ¿Cómo puede ser que haga tanto calor, si cuando me he dormido ya era casi mediodía? Con un gruñido, me incorporo sobre los codos.
Clove tarda menos de un segundo en aparecer y arrodillarse  a mi lado.
-Mierda –se queja.
Su expresión provoca que el estómago se me retuerza de una manera desagradable, y antes de que pueda ser consciente de lo que he hecho, su mano está rodeada por la mía y las palabras salen a borbotones de mi boca.
-¿Qué, qué pasa? ¿Estás bien?
Clove me devuelve una mirada sorprendida, que va de mis ojos a mi mano, de mi mano a mis ojos en menos de un segundo, y antes de que le dé tiempo a recriminarme nada, la aparto.
-No... –vuelve a mirar a mi mano, y sus dedos tamborilean contra el suelo -. A mí no me pasa nada, lo... Lo decía por ti. No creo que hayas llegado a dormir dos horas. Lo siento, es que esta temperatura es insoportable.
El silencio nos envuelve casi con la misma fuerza opresiva que el calor. Sacudo mi camiseta una y otra vez, intentando que pase el aire.
-Oye –dice finalmente Clove -. Yo voy a ir a darme un baño. Si quieres venir...
Deja la frase a medias; o quizás no, pero yo ya no oigo nada más. La imagen de Clove ayer, vestida únicamente con la chaqueta y los pantalones, viene a mi cabeza y mi cuerpo grita que sí con una fuerza espectacular. Después, me recuerdo a mí mismo dónde estoy por enésima vez y una voz, menos insistente pero mucho más razonable, me repite tozudamente que no.
-Creo que me quedaré en la orilla –respondo.
Una sombra de algo que no soy capaz de identificar pasa por la mirada de Clove un instante.
-Está bien.
***
No.
No está bien en absoluto.
La ropa de Clove descansa en una pila a unos metros de donde me encuentro yo, mojando los pies en el agua.
Los putos pies. Mientras hace más de cuarenta grados a mi alrededor.
No sé de qué tengo más ganas: si de besar a Clove o de matarla por hacerme pasar esto.
Ya me he quitado la camiseta, las botas y los calcetines, pero aun así, no es suficiente. Lo que necesito es un chapuzón de verdad, olvidarme de este calor abrasador bajo el agua, nadando hasta desgastarme otra vez del esfuerzo, como esta mañana; y sin embargo...
No me atrevo.
Clove sólo lleva la ropa interior puesta; y eso, porque ha visto mi cara cuando ha empezado a desvestirse. Pero es que no puedo permitirlo. No ya por los patrocinadores, ni porque estemos rodeados de cámaras: las escenas subidas de tono durante los Juegos son más frecuentes de lo que cabría esperar, especialmente durante los primeros días. Todo el mundo en el Capitolio sabe el poco significado que tienen ciertas situaciones en ciertos momentos así que, si las cosas se saliesen de madre, a nadie le molestaría ni le importaría. No mientras no fuésemos los malditos, trágicos amantes, claro.
Pero han sido meses. Qué digo meses: prácticamente años. He intentado alejarla de mí desde aquel día en el río, y cada vez que me he hecho creer a mí mismo que ya lo había superado he vuelto a caer, más y más fuerte con cada intento fallido. Mi padre casi la mata a ella. Y yo casi mato a mi padre. Joder, ¿hay alguien que me importe y que no se haya hecho daño por mi culpa? Vale, sí, ya tengo un pie metido en el fango, hundiéndose poco a poco desde el día de las rastrevíspulas. Pero, ¿repetir el mismo error otra vez, volver a dar un paso más?
Aunque, bien pensado...
¿Cuál es el riesgo ahora? ¿Qué va a provocar que Clove se haga daño, que nos destruyamos, en esta ocasión? Ahora, los dos lo hemos conseguido: ya somos profesionales y, si jugamos bien nuestras cartas, podremos irnos a casa. Juntos. Como vencedores. Honor, fama y dinero, eso es lo único que nos espera. Nadie se atreverá a decirnos nada, porque seremos los héroes.
Me restriego la mano por la frente. Mi padre no entrará nunca en la Aldea de los Vencedores, ni el suyo tampoco. Toda la mierda del pasado quedará atrás, y todo lo que hagamos ahora pasará impune por mucho que ellos lo odien, por mucho que les moleste, e incluso...
Una idea absurda pasa por mi mente. Es sólo un segundo, una duda que me prometo no volver a tener nunca más. Sólo puedo pensarlo esta vez.
Pero si tengo que morir en esta Arena, no quiero haber sido tan cobarde como para no darme un maldito baño con ella antes, joder.
Tardo unos diez segundos en quitarme la ropa que me queda encima y dejarla, toda arrugada, al lado de la ordenadísima pila de Clove. Entro al agua de un golpe, soltando una palabrota por el frío antes de empezar a nadar.
El ruido llama la atención de Clove. Desde la distancia, veo cómo arquea una ceja y esboza la más sutil de las sonrisas justo en el instante en el que hunde la cabeza en el agua y desaparece de mi vista.
Intento decirle a mi corazón que no hace falta bombear tan fuerte, pero no me hace demasiado caso.
Es entonces cuando Clove emerge a tan sólo unas pocas brazadas de mí, toda una cortina de pelo negro sobre su cara blanca. Se lo aparta con un movimiento elegante de la mano, y los dos empezamos a nadar hacia el otro a la vez.
-Al final has entrado –comenta cuando está a mi lado.
Yo asiento, sin saber cómo contestar. Estamos tan cerca que, cuando Clove patalea para mantenerse a flote, sus pies me rozan las piernas y tengo que mantener toda mi concentración en que ese roce, y la idea de saber que está casi desnuda a mi lado, no me hagan perder el control.
Por eso no me veo venir la ola de agua que ella lanza directamente a mi cara hasta que ya me he tragado la mitad.
Toso y la miro, entre enfadado y sorprendido. Clove se ríe, y oírla hacerlo por segunda vez en dos días es tan raro y genial que no puedo más que seguirle la corriente.
-Te vas a enterar...
Le dejo cinco segundos para que huya antes de lanzarme a por ella y cogerla casi instantáneamente. Ella suelta carcajada tras carcajada, pataleando para soltarse, pero yo soy más fuerte, nado mejor y, además, toco el suelo con los pies. Me deleito otra vez en el sonido de su risa, en su forma inútil de luchar. Esta es una versión de Clove que he visto, sino nunca, al menos muy pocas veces: feliz, juguetona como una niña pequeña, sin dejar que ninguna preocupación le amargue su buen humor. Mientras se gira, cambiando de estrategia para empujar mi pecho con las manos, me vuelvo consciente de que este momento, esta Clove, dejará de existir en cuanto salgamos del agua. Volveremos al mundo real, a los Juegos, y otras cuatro personas estarán deseando acabar con nuestras vidas.
Probablemente no vuelva a oír su risa hasta que salgamos de la Arena. No volveremos a perder el tiempo jugando en el agua.
Así que si alguien, en el Capitolio o en mi casa está viendo esto, que disfrute del espectáculo.
Su mirada sólo tiene que cruzarse con la mía un segundo para que me lance a besarla sin freno. Con rudeza, con suavidad, con todas las emociones de las últimas semanas puestas en el juego de mi lengua y su boca, con los dedos enredados en su pelo, negro y empapado y mi mano en la base de su espalda. Clove necesita apenas un instante para reaccionar y dejar de luchar por liberarse para rodear mi cintura con sus piernas, el cuello con sus manos y morderme el labio delicadamente. Yo gruño inconscientemente, y aparto toda la melena para atacar su cuello, blanco, puro y arqueado, mientras ella me deja hacer y gime tan bajito que apenas la oigo. Succiono, muerdo, beso, cambiando de una a otra casi sin darme cuenta; sólo me preocupa, de una forma casi primitiva, dejar una marca que me demuestre, cuando este momento se desvanezca, que ha sido real. Clove clava sus uñas en mi espalda y yo sigo con más ahínco, moviendo mis manos para poder recorrerla de pies a cabeza bajo el agua fría, pasando con mi boca de su cuello, a sus labios, a morder el lóbulo de su oreja y vuelta a empezar...
-Dios, Clove –murmullo cuando es ella quien me muerde el cuello -. Eres... Te...
La palabra se me queda atragantada justo a tiempo. O no tanto: Clove cesa, aún con las manos sobre mis hombros y las piernas enroscadas. Pero para, y me mira a los ojos al hacerlo.
-¿Decías algo?
-No.
Ese “no” sale con tanta brusquedad que resulta imposible de creer. Clove arquea una ceja. “Vamos, Cato, piensa...”
Lo tengo.
-Bueno, en realidad... Te tengo que contar algo. Un poco privado.
Clove asiente, comprensiva, aunque un rastro de desconfianza sigue manchando sus facciones. Me reprendo a mí mismo por cagarla mientras los dos salimos del agua y nos tumbamos en una piedra, suficientemente recogida como para que sea difícil de captar por las cámaras. Clove se da cuenta del esfuerzo que tengo que hacer para mirarla exclusivamente a los ojos y se tapa con su chaqueta. Carraspeo, inseguro.
-Cuando ayer hablamos de los aliados... Bueno, yo... No sé si notaste...
-Pareció que te ponías nervioso –termina ella por mí.
Esbozo una sonrisa nerviosa en agradecimiento. Vale, sí, puede que esto no fuera lo que iba a decir, pero aun así, se trata de un tema que necesitaba hablar con ella, tarde o temprano.
-Sí. Bueno, es que... –vale, se acabó lo de titubear -. Oye, mira, esto no tiene ninguna importancia, ¿sí? Te lo digo... No sé por qué te lo digo, pero quiero que quede claro que no cambia nada sobre mí, ni sobre lo que dije el día del baño de sangre, ni de mis objetivos, ni...
-Cato, ¿de qué me estás hablando?
-Yo no maté a Xack.
Silencio. Clove parpadea, sorprendida, no sé si porque no se esperaba lo que he dicho, o por la estupidez que es.
-Vale. –Dice al fin.
-Es decir, si le maté. Bueno, no. Estaba escondido en la Cornucopia. Le dije que se largara de allí, que se pusiera a luchar como los demás, y cuando se estaba yendo... Vino el otro tributo y le disparó. Le podría haber dejado allí agonizando y que le contara a Tamina lo que pasó de verdad, y me habría ahorrado muchos problemas, pero no quise dejarle sufriendo. Ya está, sin más. No quiere decir que no hubiese sido de capaz de matarle si se hubiera metido en medio, ni a él ni a ningún otro tributo qu...
Los labios de Clove sobre los míos son la única razón por la que dejo de decir idioteces. Me besa, un beso corto, profundo, un beso que es sólo para mí, apenas un suspiro para quien lo haya podido ver desde fuera; pero aquí, ahora, es un beso que vale más que el mundo.
-No hacía falta que me explicaras nada –dice cuando se separa de mí -. Pero gracias por hacerlo, igualmente.
Tiene las mejillas un poco coloradas, haciendo que las pecas de su cara se vuelvan más visibles. El pelo, limpio y salvaje, forma un halo oscuro a su alrededor, y es tan jodidamente atractiva que tengo que dejar de mirarla para no hacer ninguna locura.
Así que bajo la vista al suelo, pero al hacerlo muevo también la mano y rozo sus dedos con los míos. Un segundo, nada más. Una promesa que no estoy seguro de poder cumplir pero Dios, lo que daría por hacerlo.
Sin embargo, eso será cuando todo esto acabe. Después de los Juegos.
-Vamos a dormir un poco. Esta noche tenemos que cazar.
La mirada de Clove se llena de vacío un instante.
-Sí. Tenemos que cazar.

FIN DEL CAPÍTULO 50


¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Ha cumplido vuestras expectativas? ¿Querrías más romance, menos...? Personalmente, este es uno de mis capítulos favoritos. Primero, porque explora la parte más física y tangible del romance Cato y Clove que, en este fic, no es especialmente abundante; y, además,tiene un tono un poco menos oscuro que el resto de los capítulos en los Juegos, con más humor, reflejando una parte de la personalidad de lo que podría haber sido Cato (tal y como yo lo veo) si convertirse en vencedor no le hubiera consumido.
Por si a alguno le interesa, estoy pensando en hacer, una vez que ya esté todo publicado, una especie de aclaración en mi forma de ver la relación de Cato y Clove: por qué actúan como actúan, qué aspectos considero o dejo de considerar yo sanos (y creedme, hay muchísimos con los que no estoy de acuerdo), cómo ha cambiado mi forma de verlos conforme he ido creciendo y escribiendo el fic... No sé, creo que aportaría algo interesante y pondría un merecido broche a una historia que me ha acompañado tanto tiempo.
De cualquier manera, ¡esto es todo por hoy! Espero que lo hayáis disfrutado y, si todo sale bien, ¡nos vemos dentro de muy poquito!


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Claro que llenó mis espectativas, como siempre me encantó, él beso estuvo deasde aca se vió muy hermosos y sus sentimientos estanbsaliendo. Ellos son los verdaderos trágicos amantes. **sufro con esto**

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