And I've lost who I am, and I can't understand.
Why my heart is so broken, rejecting your
love, without, love gone wrong, lifeless words carry on.
But I know, all I know, is that the end's beginning.
Who I am from the start, take me home to my heart.
Shattered, Trading yesterday
CLOVE
Cuando me despierto, mi mesilla de noche señala que son las 3:37 de la madrugada.
Sin recordar siquiera en qué momento me he quedado dormida, hago amago de levantarme y un punzante dolor de cabeza me perfora el cráneo. Suelto una maldición por lo bajo, notando la boca reseca y la cara pegajosa…
Y entonces me viene todo a la cabeza.
La entrevista. La conversación. Los gritos. Mi cara bañada en lágrimas. Pensar en ello no hace más que aumentar mis ganas de volver a llorar, de ahogar mis sollozos entre las sábanas hasta volver a quedarme dormida, como parece que ha sucedido. Sin embargo, haciendo acopio de una fuerza que no siento, me obligo a arrastrarme fuera de la cama y, para reafirmarme ante mí misma, quito el pestillo de la puerta. Con cuidado, controlando la intensidad con un mando, enciendo la luz hasta que consigo una iluminación lo suficientemente tenue como para que no afecte a mi dolor de cabeza; la imagen del cuarto, por otro lado, hace que sienta ganas de apagarla otra vez.
Los zapatos de tacón están tirados en el suelo, cada uno mirando a una punta de la habitación y la cama, ni hecha ni deshecha, tiene un manchurrón entre negro y parduzco en el lugar en el que he apoyado la cabeza al dormir. Voy al cuarto de baño, entre curiosa y asustada de lo que pueda encontrarme… Y la vista no decepciona mis expectativas.
Rota.
Si tuviese que describirme con una palabra, sería esa. La cantidad industrial de rímel que Regina ha empleado conmigo está extendida ahora por prácticamente toda mi cara, como la huella negra de unas lágrimas que no puedo olvidar. Mi piel es un lienzo de manchas blancas y rosas, y el pintalabios se ha corrido, dejando toda la zona circundante a mi boca teñida con restos de color.
Patética.
También podría decirlo así, la verdad. Ahora mismo, doy más pena de la que he llegado a dar nunca. Más que cuando era pequeña. Más que cuando me emborraché con una maldita cerveza. Más, más, más, muchísima más. Las ganas de llorar otra vez me vuelven a asolar, y soy incapaz de evitar que se me escapen dos pequeñas lágrimas, teñidas igualmente de negro, como todas las demás. Sigo su recorrido en el espejo, haciendo pucheros con la boca, hasta que mueren en la línea de mi mandíbula…
“¿En qué te diferencias ahora de tu madre, del niñato del 12?”
Eso, ¿en qué me diferencio? Aquí, viendo cómo desaparezco, como me convierto en el espectro de una persona y todo, ¿por qué? Por Cato, siempre por Cato, porque él tiene claras sus ideas y sus convicciones y yo actúo como una idiota, como la muñeca que una niña de ocho años tiró una vez por la ventana y se quedó allí, destrozada y sin hacer nada después de que hubiesen dejado de jugar con ella.
-¿Cuál es la diferencia, eh? –grito con voz cascada al espejo. -¿CUÁL ES LA PUTA DIFERENCIA?
Otras dos lágrimas se escapan, una por cada lado… Y mi reflejo me responde antes de que mi propio cuerpo lo sienta.
Es algo en los ojos, en la mirada, una especie de dureza que permanece allí por mucho maquillaje corrido. Poco a poco, la dureza se transfiere al resto de mis facciones: a la boca, que deja de sollozar; a la barbilla que se eleva unos milímetros casi insignificantes; a las cejas, que se fruncen y levantan de una manera diferente. Un extraño calor me recorre desde las puntas de los dedos hasta el centro de mi cuerpo y, cuando me quiero dar cuenta, toda la desesperación, toda la tristeza, todo aquello que no es Clove Ringer… Desaparece.
Y en su lugar sólo queda furia.
Contra Cato. Contra los Juegos. Contra todo lo que ha colaborado para convertirme en un fantasma de mí misma.
-Soy Clove Ringer –susurro. –Soy una profesional.
Y nada ni nadie me va a hundir, por muchos sentimientos que haya habido de por medio.
-Soy Clove Ringer –repito. –Soy una profesional.
Cojo unas almohadillas de algodón y me las restriego por la cara, arrancándome los restos de maquillaje de la piel.
-Soy Clove Ringer. Soy una profesional.
En cuanto termino, me suelto el pelo y comienzo a cepillarlo rabiosamente, hasta que se convierte en un halo, oscuro y perfecto, alrededor de mi cabeza.
-Soy Clove Ringer. Soy una profesional.
Y por fin, no queda ni un rastro de esa versión patética y rota que miraba al espejo hace unos segundos. Aprieto las manos, repitiendo el gesto instintivo de lanzar cuchillos con una y con otra, varias veces.
-Soy Clove Ringer. Soy una profesional.
Sigo sin sentirme capaz de matar a Cato. Desde los doce años me han dicho que soy fría y calculadora, y probablemente él sea la única parte de mí que se escape a esa definición; pero por el Capitolio que el resto va a actuar en consecuencia con la persona que he querido llegar a ser. Sin excusas, sin ampararme en unos sentimientos que sólo me limitan. Voy a ganar estos Juegos.
Porque soy Clove Ringer. Y soy una profesional.
***
CATO
No veo a Clove por la mañana. Lo cual, teniendo en cuenta cómo acabaron las cosas ayer, es un alivio; lo único que necesito es otra bronca al comienzo del día más importante de mi vida.
Por el contrario, al que sí veo (muy a mi pesar) es a Quio. Mi estilista me acompaña hasta la azotea del edificio, donde un aerodeslizador pasa a recogernos. Una vez subidos, una encargada del Capitolio me pide que esté quieto mientras me introduce un localizador en la piel. Aprieto las manos para evitar revolverme cuando un dolor agudo me perfora el antebrazo, y después nos vamos a desayunar.
Con los nervios por la expectación, las tripas me rujen más aún de lo habitual, así que me lanzo sobre el desayuno con ganas, mientras Quio permanece callado, sin atreverse a decir nada. Evito tomar los alimentos más golosos, con miedo a que me sienten mal en la Arena, pero eso no me priva de asegurarme la mejor comida que voy a tomar en las próximas semanas. Huyendo de un silencio incómodo que nos obligue a conversar o, peor aún, que me permita pensar en cosas que no van a hacer más que distraerme, trato de extenderme hasta que los treinta minutos del viaje se acaban y nos dejan en las catacumbas de la nueva Arena.
Entramos en una habitación individual, perfectamente equipada y con una especie de plataforma circular que nos pondrá en contacto con el escenario de arriba. Me ducho, tratando de aprovechar al máximo los minutos de agua caliente para dirigir todo mi cuerpo y mente hacia lo que me espera: localizar las espadas, matar a todo tributo que se cruce por mi camino, encontrar a Clove, que ayer declaró todo lo que sentía por mí...
No. Eso no forma parte de lo que va a pasar arriba; y sin embargo, cuanto más tiempo me quedo parado, más difícil me resulta dejarlo a un lado. Pego un puñetazo a la pared de la ducha y salgo rápido y enfadado, envuelto en una toalla. Fuera, Quio espera con la ropa que me han dado.
-No tengo mucho que contarte: supongo que ya estarás familiarizado con los materiales...
-Cuéntame cualquier idiotez, por estúpida que sea; por una vez, haz el favor de no callarte.
Mi estilista se queda perplejo un segundo, pero basta una única mirada mía para que reaccione.
-Bueno, la chaqueta es fina, pero el material es impermeable, diseñado para conservar el calor: seguramente te esperen noches frías. Las botas son buenas, de cuero, con suela de goma para correr con más facilidad, pero eso no es nada raro por aquí. No es un vestuario muy específico, así que no me decantaría por un entorno muy exótico, ¿sabes?...
Hago un esfuerzo por mantener todos los sentidos en lo que me está diciendo, en captar la información útil que me está dando y adaptarla a mi esquema de acción en vez de divagar otra vez sobre la pelea de ayer, y la sensación de incomodidad en el estómago...
-Ah, por cierto –dice de repente Quio, rebuscando en sus bolsillos –Tengo que devolverte esto. Es el símbolo de tu Distrito, ¿no?
Me tiende la cadena de Hayden, que ayer di a Brutus para que pasasen por la junta de revisión.
-Sí. Gracias –me obligo a añadir.
-No hay de qué. Tú no sabrás por qué está hueca, ¿verdad?
Alzo una ceja.
-¿Hueca?
-Sí, hay algo entre las dos láminas de piedra que la junta no pudo determinar; casi no te la pasan por eso. En fin, ya la tienes.
Asiento, aunque no muy convencido. ¿Algo dentro de la cadena? Hayden no me dijo nada, pero no creo que sea casual; hay muy pocas cosas que Hayden haga de forma casual.
Sin embargo, no merece la pena comerse la cabeza con eso ahora, igual que no merece la pena hacerlo con la pelea de ayer. Me siento a esperar en el sofá que hay en la habitación, y Quio me ofrece pedir algo más de comer. Acepto, sólo por evitar un nuevo silencio que me termine de ponerme de los nervios, y bebo mucha agua. Al terminar, me muevo por la sala practicando sin espada diferentes estocadas, giros y fintas. En un intento desesperado de no quedarme quieto, incluso comienzo una nueva conversación con mi estilista, tan trivial y absurda que soy incapaz de mantenerla durante más de dos minutos, hasta que una voz femenina nos anuncia que ha llegado el momento del lanzamiento.
Suspirando aliviado, me dirijo a la plataforma circular, y allí sacudo las manos, enderezo un poco la espalda y estiro el cuello, levantando después el mentón para que, nada más salir, a todo el mundo le quede claro quién manda aquí.
-Que la suerte esté de tu parte, Cato –dice Quio un poco a regañadientes mientras las paredes de cristal se cierran a mi alrededor.
No tengo fuerzas para responder con más educación que esbozando una mueca con aspiraciones a sonrisa. Con los nervios a flor de piel, suelto aire mientras el cilindro asciende, lentamente, y me saca del cuarto para llevarme al último paso antes de coronarme como vencedor.
Todo se vuelve negro un segundo y, al siguiente, noto el sol en mi cara, obligándome a achinar los ojos. Aspiro y el olor a naturaleza, a un bosque mucho más rico que el páramo que rodea el Distrito 2, me llena, traído por el fuerte viento. De un solo vistazo localizo al resto de profesionales: a mi izquierda, Glimmer y Xack, y un poco más lejos, Marvel, Tamina, el chico amoroso y Clove, cuya mirada de acero veo desde aquí; pienso a toda velocidad en las posibles estrategias que esta colocación nos ofrece, cuando la voz inconfundible de Claudius Templesmith resuena por todas partes:
-Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!
FIN DEL CAPÍTULO 39
***
Y una vez os pregunto, ¿qué os ha parecido? Sé que este capítulo tiene muy poquita acción, pero se trata más bien de un paso transitorio antes de desembocar de lleno en los Juegos (ya veréis, ya veréis...). Mientras tanto, sólo me queda daros un besazo y desearos un feliz verano :D.
¡Que comiencen los Septiagéismo Cuartos Juegos del Hambre!
ResponderEliminar¡Ay! ¡Por Dios! No puedo esperar. Literalmente estaba reclinada sobre la pantalla para leerlo todo. Me ha sabido a poco y a mucho al mismo tiempo. Poco porque lo he leído muy rápido y mucho porque ya, finalmente, van a empezar los Juegos.
¡No puedo esperar! ¡De verdad que no puedo!
Jajajaja, ¡la espera se acaba ya mismo!
EliminarLa verdad que, pese a que estos dos últimos capítulos me parecen muy importantes para el desarrollo de los personajes, yo también tenía muchísimas ganas de empezar a escribir algo con un poquito más de acción. ¡Espero que lo disfrutéis! ;).
Ah que nervios. No existe mejor frase para dejar el capitulo. Pobre clove, pero ella lo sabía. Como siempre, genial. Sigue por favor.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Espero que el próximo capítulo no decepcione después de tanta expectación xD.
Eliminar¡Un beso!