domingo, 23 de noviembre de 2014

Capítulo 25: You're killing me

¡Hola, tributos! Sí, es verdad, han pasado tres semanas que es un tiempo considerable pero, ¡ea! Es el segundo capítulo en noviembre, voy mejorando poco a poco :D.
A propósito de lo cual, a partir del próximo fin de semana empezará mi período de estudio hasta pasado el puente de diciembre, por lo que no creo que esté muy disponible por estas fechas; eso sí, en cuanto las Navidades se acerquen más, me pondré con el ordenador tan a menudo como sea posible y sacaré algún que otro capitulito más :).
Por último, recordaros otra vez que sólo queda 1 SEMANA para que se cierre el plazo del concurso (clickad aquí para más información), y sigue sin presentarse nadie; si alguien piensa hacerlo pero cree que va justo de tiempo, por favor que me escriba y me lo haga saber, porque si no me temo que lo declararé desierto :(.
¡Hasta aquí la pausa publicitaria! Sin más preámbulos, ¡el capítulo 25!



Tiene nada y menos que ver con el capítulo, pero me he quedado sin fotos :s

Come break me down [..]
Look in my eyes
You're killing me, killing me
All I wanted was you

I tried to be someone else
But nothing seemed to change
I know now, this is who I really am inside.
                                                The Kill, Thirty seconds to Mars


CLOVE
Me despierto con el cuerpo dolorido y tenso como si acabase de hacer un entrenamiento de ocho horas, lo cual, teniendo en cuenta que ayer no fui al Centro, es cuanto menos irónico. Hundo la cabeza en la almohada (deben de ser cerca de las seis y media, ya que el sol todavía no ha despuntado), e intento dormirme una hora más, pero a los quince minutos desisto; una vez que me he desvelado, es prácticamente imposible que no me mantenga despierta.
Lo primero en lo que reparo al levantarme es en una caja de cuero, que ni estaba ahí ayer ni la he traído yo, reposando sobre la mesa; lo segundo, son los pantalones vaqueros que llevo a pesar de que todavía no me he cambiado. Y entonces todos los recuerdos de ayer vienen a mi cabeza, de forma que soy incapaz de no esbozar una sonrisa.
Básicamente, con lo que me quedé del día de ayer fueron dos cosas: muchos regalos de diferentes personas, y Cato. Su piel, su pelo, su olor, su tacto… A pesar de esa estúpida obsesión con el te quiero (de la que tendremos que hablar hoy en cuanto le vea), y de que me tuve que ir antes de poder acabar con lo que estábamos haciendo, todo fue igual que cuando quedamos normalmente, pero mil veces mejor: en su casa, pudiendo desembarazarnos de las camisetas, deseando que la cama no hubiese sido individual…
Ese pensamiento me hace sonrojar ligeramente, así que decido dejarlo aparcado y comenzar a prepararme. Me deshago de los vaqueros sólo para cambiarme de ropa interior, la cual dejo en una esquina junto a la camiseta gris, arrugada y sucia. Estiro la espalda, me arqueo como un gato, y bajo igual de silenciosa hasta la cocina, en busca de algo para desayunar.
Lo que no me espero es encontrarme con Raw sentado en la mesa frente a una taza de humeante café.
-Hoy nos hemos despertado madrugadores, ¿eh? –pregunta con sorna –Creí que después de la hora a la que llegaste ayer no te levantarías hasta las tantas. ¿No hubo mucha fiesta o cómo?
Hago oídos sordos, tomando la iniciativa de no responder a nada que pueda provocar otra de tantas peleas, y me dirijo al mueble donde reposa la cafetera, sirviéndome así mismo una taza. Remuevo el líquido oscuro, sin leche, con una cucharilla, y me siento en el rincón de nuestra pequeña mesa que más alejado está de Raw.
Sin embargo, él también decide pasar por alto las indirectas.
-¿Te gustó el regalo? No me parecía bien que en casa te tuvieses que limitar a practicar con cuchillos oxidados.
-Precioso –respondo, bebiendo así mismo un sorbo del café. –Pensaba probarlos esta misma mañana.
-¿Ayer no tuviste tiempo? –ataca mordaz.
-¿De verdad hay necesidad de empezar una pelea antes de que desayune, Raw? –comento, con una calma gélida.
Él sonríe, de una manera que casi parece una mueca.
-Raw no; papá.
-Repito: ¿es necesaria una pelea a las seis y media de la mañana?
Dicho esto, termino mi café de un trago y limpio la taza con el fino hilo de agua que sale del fregadero; hasta las ocho, no contamos con disponibilidad completa. Salgo de la cocina, y cuando ya me encuentro en el segundo o tercer escalón que lleva al piso de arriba, un murmullo sale de la cocina.
-La única que ha provocado que cada frase se convierta en una pelea, eres tú.
Contraigo los dedos y respiro hondo: vamos Clove, puedes manejarlo; no cedas, tienes suficiente temple para pasar de él.
Me yergo, esbozo la habitual expresión sarcástica y termino con la distancia que me separa de mi cuarto rápidamente. Lo que he dicho no es mentira: tras ponerme una chaqueta para resguardarme del frío mañanero, cojo el maletín y vuelvo a bajar, evitando eso sí la cocina, para salir a la calle. Detrás de mi casa hay un descampado con dianas improvisadas que mi madre me ayudó a montar hace un par de años, harta de que utilizase las paredes y los muebles para mis prácticas de tiro. Los primeros rayos de sol comienzan a asomar cuando yo apoyo una rodilla, que hace crujir la escasa hierba escarchada, para desplegar mi recién adquirida colección de armas. Selecciono un cuchillo fino y estilizado que me hace recordar, repentinamente, el regalo de Cato que dejé en su casa tras mi fugaz huida. Lo anoto mentalmente, mientras cojo otros cuatro de aspecto más robusto, y los meto entre mi pantalón y el cinturón. Despejo la zona, apartando el maletín y los blancos más cercanos, y comienzo a practicar fintas y movimientos de lucha cuerpo a cuerpo ayudada de un arma. A pesar de que no cuento con oponente, me tiro al suelo y repaso con cuidado, enfrentándome a un contrario inmaterial, la postura que nos enseñó Dock hace siglos para inmovilizar incluso a alguien que nos duplicara en peso, y que tanto Cato como yo empleamos en el entrenamiento de campo de hace dos años, el que ganó él.
Cuando finalizo, sustituyo el cuchillito por los que tengo en el cinturón, sujetando dos en cada mano. Con un rugido brutal, lo que no me suelo permitir en mi modo frío de pelear, comienzo a disparar a discreción contra las dianas dando siempre en el centro, cambiando los cuchillos que lanzo por otros que he dejado a mis pies. Tiro de espaldas, con ambas manos a la vez, desde una posición de desequilibrio, e incluso ruedo en el suelo como si estuviese esquivando un enemigo; solo una vez, con los ojos cerrados tras un volteo, me desvío apenas unos milímetros del centro del blanco.
Acabo con la respiración entrecortada, pero una sonrisa de satisfacción demuestra que esto no me contraría. Me queda un último cuchillo, y pienso en lanzarlo a la diana que se me ha resistido para enmendar el error, cuando algo a mis pies hace que se disparen mis sentidos, totalmente alerta, y mire hacia abajo solo un segundo antes de lanzar contra aquello que ha osado romper la calma en la que estaba entrenando.
Tras ese acto reflejo, veo finalmente a mi objetivo: un ratoncillo que paseaba tranquilamente por el descampado se retuerce entre terribles chillidos, con su larga cola atravesada por la fina hoja del cuchillo. Para acabar con su sufrimiento, retiro este, pero sin darle siquiera tiempo de reaccionar, vuelvo a clavarlo, esta vez en su cuerpo diminuto, acabando con su vida.
No disfruto haciendo sufrir, pero tampoco siento ningún reparo a la hora de matar.
Limpio los restos del bicho en la hierba, y cuando alzo la vista, la alta posición del Sol me sorprende: dentro de nada darán las nueve, y el entrenamiento de los sábados comenzará. Con rapidez, recojo los cuchillos clavados y los guardo todos en el maletín, asegurándome de no dejarme ninguno. Entro en mi casa rápidamente, donde Patricia ya se ha puesto a limpiar, y cambio este por la mochila con mi ropa de entrenar, antes de salir corriendo en dirección al Centro.
Los diez minutos de retraso me valen una merecida mirada reprobatoria de Idey, que por un momento, parece a punto de ponerme a dar vueltas alrededor de la sala; sin embargo, en el Centro lo de los castigos no es muy usual. Si no te lo tomas demasiado en serio, tú mismo acabas por irte ante la amenaza de acabar mal parado en algún combate; si por el contrario te pasas de dedicación, hay dos opciones: meterte en el grupo especial o lanzarte de cabeza a los Juegos.
Me incorporo rápidamente al recorrido por los diferentes puestos de entrenamiento, comenzando por el vacío tiro con arco. Cojo un carcaj de doce flechas y me lo cargo a la espalda, colocando el arma en la posición que me enseñó Liah, antes de comenzar a disparar a los maniquíes estáticos. A los veinte minutos suena un pitido  y cambio a la lucha cuerpo a cuerpo, hacia la que también se dirige Cato; sin embargo, en cuanto su mirada se cruza con la mía y yo le sonrío, cambia bruscamente de dirección y empuja a Amity (la cual le mira de forma más bien poco amable) a que ocupe el lugar que le corresponde a él. La sonrisa se borra de mi cara tan súbitamente como ha aparecido, y el orgullo me obliga a lanzarle un gancho a mi nueva rival en vez de hacer lo que de verdad quiero: ir al puesto de lanzas y preguntar qué se supone que pasa.
Porque la cosa no acaba ahí, no; durante todo el día, Cato no deja de evitarme, si bien cada vez que le miro le descubro observándome de forma furtiva, como si temiera que de repente me fuera a evaporar y a reaparecer a su espalda para atacarle. Le pillo acechándome desde la otra punta del corro durante la “charla de orientación”, pero en cuanto lo nota, se gira; cuando el entrenamiento se acaba, no entra en el comedor hasta que yo ya me he sentado en una mesa junto a Hayden y Marietta, y coge un sitio en la esquina a tres filas de mí, solo, cerca de un grupo de chicas cuya mirada de depredadoras me gusta, si no poco, nada. En cuanto suena el timbre que indica la vuelta al entrenamiento, sale disparado antes de que pueda alcanzarlo, pero ralentiza el paso a mitad camino solo para asegurarse de que yo sigo detrás. Con quince minutos antes de que el entrenamiento finalice, en el momento en que da un rodeo infinitamente largo para no tener que cruzarse conmigo antes de devolver una espada a su sitio, decido que ya he tenido suficiente y, con paso enfadado, me planto tras él.
-¿Me puedes explicar de qué va todo esto? –pregunto con el tono más neutral que puedo mantener.
El encontrarme repentinamente a su espalda, a pesar de la vigilancia a distancia que lleva manteniendo todo el día, le produce un sobresalto. En cuanto se recupera de la sorpresa, frunce el ceño y me dirige una mirada enfadada.
-¿El qué?
-Ah, pues no sé… ¿Que desde ayer por la noche no me has vuelto a hablar te parece suficiente?
Ante mis palabras, los dientes le rechinan y su mandíbula se contrae.
-Lo de anoche fue un completo error, así que no lo menciones –sisea, dándose la vuelta.
Vale, ahora sí que me ha dejado alucinada. El color me sube ligeramente a las mejillas antes de atacar con fingida tranquilidad.
-Oh, ¿en serio? Porque yo no me quedé más tarde, pero hasta que tu padre entró habría jurado por el bulto entre tus piernas que te lo estabas pasando de maravilla.
En el blanco… O no tanto. Mis palabras, a pesar de que estoy hablando con un tono bajo y medianamente controlado, atraen repentinamente la atención de toda la sala.
-Clove y Cato –grita Idey -¿Os importa esperar diez minutos para hablar de vuestros problemas como pareja?
-Será un placer –responde él contrayendo los músculos, antes de alejarse tan rápido como puede. Efectivamente, a los diez minutos nuestra entrenadora nos da la señal de que podemos irnos, pero para entonces Cato ya se las ha arreglado para desaparecer de mi campo de visión. Suelto un gruñido frustrado y tomo el camino a los vestuarios. Salgo recién duchada con el agua helada del Centro, lo cual ha conseguido enfriarme lo suficiente como para que el orgullo se adelante a la irritación. Muy bien, si él va a hacer lo posible por ignorarme, yo no voy a ser quien se lo impida.
Cojo el camino de tierra hacia mi casa, acompañada en su mayor parte por Marietta, hasta que ella coge un desvío más cercano al centro del Distrito; sin embargo, a pesar de que estoy sola desde ese momento (el cielo amenaza a tormenta, por lo que nadie parece haberse decantado por ir a dar un paseo), tengo el presentimiento de que alguien me sigue. En un momento dado, giro por un callejón estrecho, sólo para asegurarme, y me oculto bajo una fachada medio sumergida en la oscuridad. A los pocos segundos, una sombra alta y de gran envergadura dobla la esquina y se queda parada, como buscando a alguien. Suspiro mientras salgo a la zona más iluminada del callejón.
-¿En serio, Cato? Así que eres incapaz de hablar conmigo y explicarme lo que te pasa, pero me vas a perseguir hasta que llegue a casa, ¿no? ¿De qué va todo esto s…
Una manaza enorme me empuja repentinamente contra la pared, dejándome ligeramente desorientada por el golpe.
-¿Pero qué…
¡Bam! Un puñetazo que viene de no se sabe dónde se estampa contra mi mejilla derecha. Noto un sabor metálico dentro de la boca justo antes de que el mismo puño me vuelva a girar la cara en dirección contraria, ahora con algo más de delicadeza, para encontrarme de frente un pestilente aliento a alcohol.
-¿Qué tal, guarra? –pregunta una voz pastosa.
En un principio no la reconozco. La lista de borrachos psicópatas que tienen deudas pendientes conmigo, hasta donde yo sé, se reduce a cero; sin embargo, entonces se aleja un poco de mí sólo para poder volver a arremeter con un gancho, y puedo ver por completo el rostro que se yergue sobre mí. El brillo ebrio de sus ojos me es completamente desconocido, pero el cabello rubio desgreñado, la nariz ligeramente torcida, y la sonrisa demasiado grande… Son como una versión envejecida y delirante de Cato.
Intento anticiparme al nuevo golpe, pero él ve venir mi huida y me lanza otra vez contra la pared, agarrándome, eso sí, del cuello; una encantadora moda que todo el mundo parece seguir para ponerme a la altura de sus ojos, y por la que protesto desde mi metro sesenta de altura. Con la mano que le queda libre, pega un brusco tirón a mi pelo, de manera que entre una cosa y la otra, me veo obligada a mirarle fijamente. Él asimismo me observa con un punto repugnante de lascivia, antes de lanzar una sonora carcajada.
-¡Pero si he engendrado un asaltacunas! ¿Cuántos años se supone que tienes, eh? ¿Catorce? ¿Y ya te vas buscando la vida en las camas de los chicos mayores?
Ese comentario hace que me hierva la sangre por dentro; busco desesperadamente una manera  de desembarazarme de él, pero esta vez, a diferencia de la de Alline, no me he dejado ningún cuchillo salvador olvidado en el cinturón. Intentando recoger un poco de amor propio, hago un amago de escupir que acaba recompensado con un rodillazo en el estómago y otro tirón de la coleta. Ahogo un gruñido.
-Bonita, te voy a ser franco, ¿vale? El chaval –se referirá a Cato, aunque dudo que ahora mismo recuerde siquiera su nombre –anda últimamente haciendo cosas que no debe: está descentrado, se pasa de chulo, se salta mis normas… Y mira tú por donde, tengo la extraña sensación de que el problema está ahora mismo delante de mis narices, ¿sabes? No me malinterpretes, por mí te puedes tirar a quien te apetezca y yo no tengo inconveniente; pero quiero recuperar a mi chico tan dócil como ha sido siempre, y tú me molestas para ello, porque le haces plantearse más cosas de las que se tiene que plantear.
 Ante esta declaración, no se me ocurre más que una pregunta idiota.
-¿D… dócil? –digo como puedo.
-Nena, te creía capaz de entender a alguien cuando habla. –comenta sarcástico.
Y yo también pero, desde luego, si tuviese que elegir una palabra para describir a Cato, el chico que con doce años rompió una pared de un cabezazo, que por un gesto en el momento equivocado ha estado a muy poco de matar gente, la última que se me vendría a la mente sería “dócil”... Lo que sólo consigue que una nota de pánico crezca en mi interior, porque si este hombre ha conseguido tener doblegada a una persona como su hijo, no ha debido de ser por su suavidad.
-Y yo ahora –dice, interrumpiendo mis pensamientos –podría soltarte, pedirte que no te acercaras más a él, y acabar amablemente con esta situación… -sonríe de una manera extraña que hace que el pánico crezca –Pero eso no conseguiría que el chico aprendiese la lección, y además mataría toda la diversión. Así que mejor –continúa –vamos a jugar. Me he enterado de que te gustan los cuchillos, ¿verdad?
Entonces mete una mano en el bolsillo de su chaqueta deshilachada, y saca un objeto cuya forma me resulta vagamente familiar; cuando lo acerca a mi cara para enseñarlo, veo que, en efecto, se trata del regalo de Cato.
Intento mantener la expresión fría e impasible, pero noto cómo el pulso se me acelera cuando el frío filo del metal traza una delicada línea por mi cuello, apenas un roce, que deja tras de sí un rastro rojo.  Después baja, lo suficientemente lento como para que la tensión se haga insoportable, y uno a uno, hace saltar los botones de mi camisa marrón.
-Más o menos como nos conocimos ayer –farfulla antes de reírse.
Cuando baja ligeramente la cintura del pantalón, una alarma salta dentro de mí y centro todas mis fuerzas en revolverme como puedo e intentar alejarme de él.
-¡No me toques! –intenta sonar como una amenaza, pero la falta de oxígeno lo convierte más en un jadeo. El sobreesfuerzo hace que me maree.
-Eh, no te preocupes por eso, eres demasiado cría para mi gusto; y si te sigues moviendo tanto, va a acabar pasando algo malo…
¡Ras! El cuchillo penetra en mi muslo de un golpe, y no me da tiempo a ahogar el aullido que se escapa de mis labios. Con cruel parsimonia, lo desliza para dibujar otra línea hasta la cadera, sin dejar de exhalar su aliento ebrio en mi cara, que empieza a adquirir un tono violáceo…
Y entonces repentinamente, la presión alrededor de mi garganta se esfuma y caigo al suelo de golpe, clavándome el cuchillo aún más en el impacto. Grito sin poder evitarlo, y me quedo allí, tirada como una muñeca rota unos segundos, hasta que el aire vuelve a entrar de forma normal en mi garganta y mis ojos asimilan la escena que se está desarrollando frente a mí.
Alguien ha cogido a mi agresor y le ha estampado así mismo contra la pared, partiéndole la cara a puñetazos. El otro intenta defenderse y pega una patada, que le da un breve segundo de libertad poco útil; sus movimientos se encuentran ralentizados por el efecto del alcohol, y su foma física es claramente inferior a la del oponente. Este le coge de la pechera y le da un cabezazo contra el muro una vez, otra, y otra, hasta que finalmente, cae al suelo, no sé si desmayado o muerto. Entretanto, yo me he arrancado el cuchillo de un tirón, desatando un torrente de sangre que tapo como puedo. Apoyándome en la pared, intento levantarme sin perder el sentido… Y mi “salvador” se gira, revelando el rostro espantado de Cato.
Su imagen hace que una sonrisa de la más pura felicidad aflore en mis labios, y cojeando como puedo, intento acercarme a él para abrazarle; sin embargo la expresión de su cara actúa como freno a los pocos segundos. Completamente fuera de sí, se lleva las manos a la cabeza y enreda los dedos entre su cabello como siempre hago yo, pero con una fuerza desquiciada.
-¿Lo ves, Clove? – grita –¡Por esto no se puede decir “te quiero”, por esto no quería estar contigo! Joder, acabo de pegar una paliza a mi padre Clove, ¡A MI PADRE! No… ¡No podemos hacer esto, no debemos, mierda! ¡Vamos a acabar matándonos entre nosotros, vamos a destruirlo todo, por muy malo que sea hasta que no quede absolutamente nada, hasta que ya ni nosotros mismos seamos capaces de entendernos y  veamos cómo a nuestro alrededor nuestras vidas desaparecen!
El pasmo invade mi expresión cuando veo las lágrimas, no sé si de furia o de la conmoción, amenazando con desbordarse fuera de sus ojos. Su cuerpo tiembla, y deja de tirarse del pelo sólo para mirarse las manos manchadas de sangre una y otra vez, de forma casi compulsiva.
-Es… ¡Es peligroso, Dios! Es una puñetera locura que va a acabar con los dos y te… ¡tenemos que dejarlo, tenemos que terminar con esta mierda enfermiza!
Entre la pérdida de sangre, el ahogo parcial y la situación, mi cerebro se embota y me cuesta un par de minutos asimilar lo que sucede.
-Espera… -digo al fin con la voz quebrada -¿Vas a cortar conmigo porque tu padre loco haya estado a punto de matarme y tú lo hayas evitado?
Le sostengo la mirada, llena de dolor, intentando que todo el embrollo tenga sentido, pero, lo mire por donde lo mire, no entiendo nada. La incomprensión me absorbe como un pozo y siento un enorme vacío dentro de mí que amenaza con tragarme, cuando los labios de Cato, los labios  que tantas veces he besado sin hartarme nunca, se abren para acabar conmigo.
-No voy a romper contigo, Clove; voy a olvidarme de que has existido.

FIN DEL CAPÍTULO 25

¿Y lo que me costó conseguir que este capítulo quedase bien acabado? xD.
Bien, ¿ha sido tan chocante como esperaba que fuese? ¿Os ha emocionado? ¿Os lo esperabais? ¿Créeis que ha estado más o menos decente? ¿Pensáis matarme después de ello? Ya sabéis que vuestros comentarios son la fuente de mi felicidad y creatividad :D.
¡Un beso, y hasta la próxima!


6 comentarios:

  1. Muy buan capítulo, como siempre. Cada frase escrita por ti es perfecta (y en el istituto me mandan libros asquerosos... en fin...)
    Una preguntita, me afilias?
    http://eltinterodelaepelirroja.blogspot.com.es/
    Dame tu opnion sobre el blog ( y sobre las muchíiiiiiiisimas cosas que probablemente tenga que mejorar(si puedes)). Lo agradeceria de veras viniendo de ti.
    Sigue así y no abandones el blog!

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    1. ¡Hola! Perdona que haya tardado tanto en responder, ¡me alegro mucho de que te guste cómo escribo! :D
      Ahora mismo me paso por tu blog y te afilio :). ¡Un beso!

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  2. Holaaa!
    porfin me e podido conectaar y mira que bien que habia dos capituloos, ya me dejo chocada el anterior ¿pero estee? Madre miaa estoy en shock, enfiin esque clavas a los personajes no me cansare de decirtelo, pero sube el proximo pronto que no puedo quedarme asii.
    Animoo que cada dia es mejor el bloog!
    ¡un besoo!

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    1. ¡Muchas gracias!
      Siento que este capítulo vaya con tanto retraso, intentaré tenerlo para antes de 2015 :D.
      ¡Un beso!

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  3. Dioooosss la espera ha valido la pena, realmente! Coincido muchísimo con Malenitaaa, cada día es mejor el blog

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    1. ¡Muchas gracias! Es toda una alegría leer comentarios como estos ^^.
      ¡Un beso!

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