¡Hola, hola, tributos! ¿Una semana tarde otra vez? ¿Que dije que no me iba a retrasar en esta ocasión porque la entrada estaba programada. Cierto, todo muy cierto, pero a Blogger y a mí nos encanta tener una pelea de vez en cuando con esto de las entradas programadas, y la verdad, ha sido tal lío de semana que hasta este momento no he podido meterme a escribir las dos líneas de disculpa y presentación que redacto ahora para poder darle al botón de "publicar". ¡Pero más vale tarde que nunca!
Así que, aprovechando la ocasión, me vais a permitir que os robe tres segunditos antes de pasar con el capítulo 24, para comentar un par de cosillas:
-La primera, recordaros que está vigente en el blog un concurso de relatos sobre LJDH hasta el día 1 de diciembre al que por ahora, no se ha presentado NADIE (aunque ya ha habido un par de personas que han dejado amablemente un comentario diciendo que pensaban hacerlo :D). Sólo quería decir que, en el caso de que no haya como mínimo cuatro participantes, lo tendré que dar por nulo y no quiero hacerlo, en serio. Así pues, si estáis interesando, os agradecería muchísimo que os pasaseis por las bases y les echaseis un vistazo; vale cualquier cosilla, desde un poema de cuatro hasta un fanfiction de diez páginas, y contaréis con mi amor eterno :).
-La primera, recordaros que está vigente en el blog un concurso de relatos sobre LJDH hasta el día 1 de diciembre al que por ahora, no se ha presentado NADIE (aunque ya ha habido un par de personas que han dejado amablemente un comentario diciendo que pensaban hacerlo :D). Sólo quería decir que, en el caso de que no haya como mínimo cuatro participantes, lo tendré que dar por nulo y no quiero hacerlo, en serio. Así pues, si estáis interesando, os agradecería muchísimo que os pasaseis por las bases y les echaseis un vistazo; vale cualquier cosilla, desde un poema de cuatro hasta un fanfiction de diez páginas, y contaréis con mi amor eterno :).
-La segunda también está relacionada con una iniciativa, en este caso ajena a Qué fuel del Distrito 2: desde La Odisea del Lector (un blog muy recomendable, por cierto), se han propuesto crear una especie de "roleplay" imitando nuestros adorados Juegos del Hambre, que dará comienzo a principios de este mes de noviembre. Yo ya me he apuntado como tributo del Distrito 5 (el 2 estaba cogido, jeje), y la verdad es que tiene pinta de que va a estar chulísimo, así que si queréis más información, tanto aquí como en el banner de la columna lateral tenéis el enlace a la entrada que habla de ello (necesito un compañero de Distrito, porfis, jajajaja) :).
Bueno, y después de haberos entretenido, ¡aquí tenéis por fin el capítulo 24! Espero que os guste y que disfrutéis de su... ¿largura? (oye, 4000 palabras no es moco de pavo jajaj...)
Happy Birthday to you
happy birthday to you
happy birthday dear Knivey
Happy Birthday to you
CLOVE
Casi
por impulso, me aparto de Patricia en cuanto noto sus brazos rodeándome con
excesiva fuerza y me pongo en posición de guardia. La mirada desangelada de
ella hace que el arrepentimiento tarde un segundo en aparecer así que,
lentamente, intentando enmendar el error, relajo los músculos y paso mis brazos
por encima de sus hombros.
-Eeeh…
Gracias. Lo siento, es la costumbre –me disculpo con una carcajada forzada y
poco creíble.
Ella
responde con un “no pasa nada” y otra sonrisa igual de falsa. Tardamos poco en
separarnos, incómodas por un gesto tan antinatural, pero en cuanto lo hacemos,
ella me lleva hasta la mesa y me sienta frente a la taza de chocolate caliente.
Tras esto, coge un cuchillo largo y romo y corta dos raciones de la tarta de
nata.
-No
sabía cuál coger, y no te quería preguntar para que fuera una sorpresa… ¿Sabes?
Antes, si celebrábamos algo de esto siempre se encargaba Beth, porque le
encanta todo lo que tenga que ver con fiestas y esas cosas… - noto que se
atraganta al mencionar a mi hermana, pero hago como si no hubiera visto nada
-Así que como esta era tu favorita de pequeña…
-Oh,
no te preocupes, es genial. Muchas gracias por acordarte.
No
menciono que la última vez que tomé una tarta de nata fue con nueve años, y que
desde entonces cualquier intento de celebración ha sido atajado por mi parte
con desayunar todos juntos en la misma mesa por una vez al año.
Claro
que, al ser esta vez imposible, comprendo el intento de Patricia por intentar
remediarlo con una cara montaña de azúcar y bizcocho.
Remuevo
el chocolate caliente con una cucharilla, como si estuviera esperando a que se
enfriara para poder probarlo (a pesar de que jamás me ha gustado), y pruebo un
trocito de la tarta.
-Qué
rica –comento, mientras saboreo su dulzura.
-Sí,
¿verdad? –responde ella, aunque su porción sigue intacta.
Veo
cómo tamborilea con los dedos, una costumbre al ponernos nerviosas que yo he
heredado y que dispara mis alarmas al momento.
-Bueno…
-continúa, sonriendo como puede -¿Y qué se siente al cumplir dieciséis años,
eh? Ya estás hecha toda una mujer y…
-Siento
que estoy preparadísima para presentarme a los Juegos como voluntaria –corto
con voz fría.
La
voluntad de mi madre por fingir esta situación de “madre e hija perfectas” se
acaba con esa frase, en la que yo tardo un segundo en comprender que me he
pasado. Noto cómo sus hombros se hunden una milésima, y el vano intento de
sonrisa que trata de edificar en sus labios, se desvanece.
-Claro,
por supuesto. –responde en un susurro. Sin haberlo probado, se levanta con el
trozo de tarta frente a ella y lo tira a la basura. –En fin, creo que ya se
está haciendo tarde y te vas a tener que ir al colegio, así que tómate el
desayuno rápido, ¿vale?
Sale
de la cocina con paso lento y, en cuanto desaparece de mi vista, paso el
chocolate caliente a un termo y vierto sobre la taza los restos de café que
quedan en la cafetera, mientras apuro rápidamente la porción blanca de pastel y
envuelvo un cuarto en papel. Cojo medio terrón de azúcar de un recipiente y lo
mezclo en la taza, antes de terminarme el líquido que esta contiene y dejarla
en el fregadero. Después, paso al baño, me limpio cara y dientes en un segundo,
y recojo todo el cabello negro en una coleta alta. Cuando acabo, me dirijo a la
puerta con la mochila y la ropa de entrenamiento a la espalda, asomándome a la
ventana y rezando porque la primavera no comience hoy acompañada de lluvia.
Voy
a salir, cuando veo un paquete a mis pies, con mi nombre escrito en letra
apretada.
-Tu
padre quería estar para dártelo –la voz de Patricia me sobresalta desde el
fondo del pasillo, haciéndome dar un bote. ¿Cómo hace para ser tan silenciosa?
– Pero se tenía que ir a trabajar, así que lo ha dejado ahí. Es tu regalo.
-Oh.
–es lo único que soy capaz de decir.
Después
de toda la tensión, el malestar, y las peleas durante estos meses, lo último
que me esperaba era un regalo de cumpleaños específicamente de su parte. Me
agacho para coger el paquete con gesto desconfiado, como si fuera una bomba que
pudiese explotar de un momento a otro. El papel en el que está envuelto es muy
básico, y reconozco el lazo que lo ata como una de las cintas de pelo de mi
madre, que tanto mi hermana como yo hemos usado en alguna ocasión. Lo sopeso
con ambas manos, antes de decidirme finalmente a abrirlo, no sin cierto recelo.
Lo que encuentro es una caja cuadrada de cuero, con mis iniciales, C. R.,
grabadas en sencillas letras doradas; sin embargo, el auténtico regalo está
dentro de esta.
Nada
más destaparla, suelto una carcajada seca; qué si no. Una colección con doce
cuchillos de armería, hechos para ser lanzados y no para cortar el pan en la
cocina, se encuentran ordenados sobre un fondo de terciopelo. Los acaricio con
los dedos y, a pesar del claro sentido del regalo, no puedo dejar de admirar el
magnífico trabajo de quienquiera que los haya elaborado. Los mangos se adaptan
perfectamente a la mano, sin resbalar, y la hoja es fina y tan afilada que, al
pasar el dedo por el canto, me abre un corte limpio prácticamente nada más
rozarlo. Incapaz de evitarlo, cojo uno y rápidamente, lo lanzo contra la pared,
haciendo que mi madre contenga una respiración asustada.
-Lo
siento. –me vuelvo a disculpar por segunda vez en lo que va de mañana. –Son preciosos. –añado.
-No
me consultó al elegir el regalo. –confiesa con un deje dolido –Yo participé más
en el de Beth.
-¿Bethany
me ha hecho un regalo?
-Sí,
me dijo que te lo daría en la puerta de la escuela. Pero es una sorpresa, así
que haz como si no lo supieras, ¿vale?
Asiento,
dejo el estuche de los cuchillos en la mesa, y comienzo mi ruta habitual al
colegio.
Efectivamente,
nada más llegar, veo a mi hermana en la puerta con un paquete entre los brazos
envuelto en flamante papel morado, atrayendo las miradas de todos, chicos y
chicas por igual. En cuanto me ve, alza la mano en señal de saludo (como si me
hubiese sido fácil no advertir su presencia), y grita mi nombre. Yo finjo mi
mejor cara de sorpresa y le devuelvo el saludo.
-¡Clove!
Con
cuidado de no arrugar el paquete, me da un fortísimo abrazo, mayor aún que el
de mi madre, aunque ella ni siquiera nota (o si lo hace, decide ignorarlo) el
impulso de alejarme que me sacude enseguida. En lugar de eso, prolonga el gesto
unos cuantos segundos.
-Hola,
Beth. ¿Qué… qué haces aquí? –pregunto cuando al fin nos separamos.
-Bueno,
me chivaron que era el cumpleaños de alguien –responde con una sonrisa de oreja
a oreja, antes de tenderme el paquete, tan morado y brillante que deslumbra.
-¡Toma, es para ti!
-Sabes
que no hacía falta, ¿verdad? Es una molestia y un gasto de dinero completamente
innecesario…
-¡Bah,
no seas tonta! Me va genial en el taller, y además esto entra en los gastos del
oficio… ¡Pero bueno, ábrelo ya o te voy a acabar contando qué es!
Imaginando
de qué se trata por sus últimas palabras, rasgo el envoltorio para encontrarme,
efectivamente… Un vestido. Sin embargo, a pesar de que está cubierto con una
funda, y de mi poco sentido de la moda, puedo apreciar que no se trata de un
diseño cualquiera: es de un blanco purísimo, con adornos dorados en el cuerpo y
una falda corta y vaporosa, nada que ver con las miles de capas de tul del año
pasado, sino todo delicadeza, volatilidad y sencillez.
-Guau.
–susurro.
-Sí,
¿verdad? –guiña un ojo –He estado todo el mes trabajando en él, pero ha valido
la pena; además me sirvió de excusa para hablar con mamá al pedirle tus
medidas, así que nos ha hecho tanto bien a ti como a mí.
-Pero,
Beth…
-¿Sí?
–entonces una sombra de tristeza pasa por sus ojos –Es el dorado, ¿verdad? Lo
sabía, tenía que haberlo cambiado por adornos en plata, pero pensé que como
eres tan pálida te luciría más un toque de col…
-Beth,
el dorado me parece muy bonito – corto. –El problema es que ahora mismo me
esperan cuatro horas de clase y no puedo ir paseando el vestido de acá para
allá todo el rato.
Ante
esta explicación, mi hermana se ríe aliviada.
-¿Es
eso? ¡Oh vamos, no seas tonta! Si te lo he traído ahora es porque no podía
esperar más a que lo vieras, pero en cuanto entres me lo llevaré a casa.
Además, así te obligo a pasarte antes de la fiesta y te puedo arreglar el pelo…
-¿Fiesta?
-Claro,
la de… Ay, perdona, es verdad, tu amiga me dijo que era una sorpresa, pero supuse que ya te lo habrían
comentado…
Está
empezando a cansarme tanta sorpresa cumpleañera. ¿Una fiesta? ¿A la que lleve
un vestido? ¿En serio? Hayden (porque sí, sólo ha podido ser ella) debe de
haberse vuelto loca.
-Bueno,
tú pásate antes de ir, ¿vale? ¡Feliz cumple, Clove!
Sin
darme tiempo más que a agitar la mano un segundo, Beth se aleja con paso feliz
dejando una estela de miradas alucinadas tras de sí. Intento fingir que yo no
tengo nada que ver adoptando mi posición altiva habitual, pero a los pocos
segundos, como para confirmar mis sospechas acerca de la organizadora de la
fiesta, una nube de rizos castaños y rojizos se lanza sobre mí.
-¡Kniveeeeeeeeeeeeeeeey!
Marietta
y Hayden, una por cada lado, me alzan en volandas unos segundos y me revuelven
la coleta en el momento en que yo decido que ya he alcanzado mi cupo de
humillación pública diario.
Ellas
parecen notarlo porque se separan rápidamente, no sin que sendas sonrisas
brillantes desaparezcan por ello de sus rostros. Volviendo a hacerme la tonta,
pregunto:
-A
ver, ¿qué pasa?
Ante
lo frío de la respuesta, Hayden adopta una actitud dolida y altanera claramente
dramatizada.
-Bien,
pues sólo si la señorita dieciséis añera, que parece que con el nuevo año se ha
olvidado de sus amigas –realiza un teatral gesto con la mano y clava una
significativa mirada en mí –le parece bien, queríamos decirle que no hiciese
ninguna clase de plan para esta tarde pooooooorque… ¡Te hemos preparado una
incrediblísima fiesta!
Hago
lo posible por parecer impresionada y emocionada por la noticia, para después
quedarme discutiendo con ellas durante los quince minutos hasta que suena el
timbre sobre la NO necesidad de preparar nada, las molestias innecesarias y un
largo etcétera de cuestiones similares.
Paso
el resto de las clases haciendo como que presto atención a lo que me enseñan, y
un par de compañeros que han oído todo el barullo, se acercan a mí para
felicitarme tímidamente, un poco amedrentados por mi fama de sarcástica,
despiadada y fría. Les respondo intentando no sonar ni desagradecida ni
especialmente feliz y, cuando me quiero dar cuenta, estoy cerrando los libros y
saliendo nuevamente del recinto de camino a casa de Bethany.
En
la puerta, me encuentro con Cato que, mucho menos ruidoso que los demás, se
acerca a mí con una sonrisilla asomando a sus labios y me coge de la cintura
para besarme.
El
mejor regalo del día, sin duda.
-Conque
dieciséis, ¿eh? Así que este año lo mismo nos vemos las caras en la Arena y
todo.
Asiento
con la cabeza; se refiere, por supuesto, a que acabo de llegar a la edad en la
que el Centro de Entrenamiento permite comenzar a presentarse como voluntario
para los Juegos.
-Hayden
ha montado una fiesta para celebrar que este puede ser nuestro último año antes
de empezar a ser vecinas –bromeo. -¿Vienes?
-No,
qué va; la verdad es que no me apetece demasiado tanta multitud, y conque vaya
uno de los dos creo que ya tendremos suficiente sufrimiento, ¿no?
Hago
un amago de risa intentando ocultar la decepción que me ha causado oír esa
frase; sí, claro, es un sacrificio demasiado grande, incluso tratándose de su
novia.
-Entonces,
te veo mañana, ¿no? –le pregunto, alejándome pero, a los dos pasos, Cato vuelve
a cogerme de la cintura y me atrae hacia sí.
-Eh,
eh. Que no quiera ir a esa fiesta no significa que no podamos celebrarlo
nosotros dos solos por nuestra parte, ¿no? ¿Sería mucho pedir que te escaparas
un poco antes de la trampa de Hayden para venirme a ver a casa?
Un
torrente mariposas sube por mi pecho con ese comentario: ¿a su casa, yo? Dios,
eso es algo muy personal, no me ha invitado a ir desde que…
Intento
calmarme y recobrar la compostura, a medias por la tristeza que me traen los
recuerdos de aquel día, a medias para no parecer una niñata estúpida y
enamorada. Esbozo mi mejor sonrisa seductora y paso ambos brazos por su cuello.
-Será
todo un placer –respondo antes de unir mi boca con la suya.
***
Desenredo
la última florecilla blanca que Beth me ha puesto en el pelo antes de pasar a
cepillármelo para recogerlo en mi habitual cola alta; con todo el cuidado del
mundo, me quito el vestido blanco, hecho perfectamente a mi medida, y lo guardo
en su funda dentro del desvencijado armario de mi cuarto, cambiándolo por mi
ancha camiseta gris de esta mañana y unos vaqueros. Dejo los tacones de mi
hermana frente a la cama, para recordar que se los tengo que devolver mañana
por la mañana, y saco unos calcetines y mis eternas zapatillas. Después, mucho
más similar a mi yo normal, salgo para emprender el camino a casa de Cato.
Aunque
me cueste horrores admitirlo, la verdad es que la fiesta no ha estado tan mal;
Hayden se ha controlado, invitando tan sólo a mi círculo más cercano (que no
consta de más de diez personas) a su casa, y malgastando el dinero que reciben
sus padres, eso sí, en cajas llenas de todo tipo de golosinas casi
capitolenses, como chocolatinas, patatas fritas y una bebida burbujeante para
cada uno, que picaba al tragarse. Además, lo mejor de todo, ha sido que los
gemelos han obtenido mediante no sé qué clase de trapicheos un permiso para
visitar el Distrito hoy con motivo de la fiesta, a la que han acudido tan
divertidos como siempre y vestidos aún más raro de lo que era habitual.
Pero
cuando el reloj ha marcado las ocho, yo me he despedido de todos para “atender
otros asuntos”, y tras dar las gracias a las chicas por todo, he ido a
cambiarme hasta llegar a donde estoy ahora mismo.
En
su puerta.
Un
poco recelosa, y con los nervios recorriendo cada fibra de mi ser, doy dos golpes
a la madera, para anunciar que ya estoy aquí. Cambio el peso de un pie a otro,
y tamborileo con los dedos sobre mi pierna hasta que, finalmente, la puerta se
abre para dejarle paso.
No
puedo evitar rendirme, por mucho que me resista, a contemplar lo guapo que es.
El cabello rubio y rebelde, la mirada con un cierto deje de superioridad y
diversión que me observa desde sus casi dos metros de altura, la nariz
ligeramente torcida y todo el físico musculado por lo años de entrenamiento,
especialmente el brazo derecho con el que empuña la espada, transmiten una
sensación de peligro y brutalidad que me atrae, ya no sólo como lo hacía con
trece años, si no a un nivel mucho más físico y terrenal.
-¿He
llegado muy tarde? –pregunto divertida
Misteriosamente,
encontrarme con él ha hecho de repente que todos los nervios se me pasen.
Él
observa un reloj escacharrado a su espalda, que debe de llevar años sin poder
dar la hora, y sonríe.
-Nah,
no creo. ¿Pasas? –pregunta con un gesto de su mano, invitándome.
Asiento
y ambos entramos, él delante de mí. A pesar de que han pasado dos años, la casa
está prácticamente igual a como la recuerdo de ese día; veo la cocina a través
del hueco de la puerta inexistente, y sigo a Cato hasta la segunda habitación a
la derecha, la suya.
-Por
cierto… Te he comprado un regalo –comenta tímidamente.
Entonces
coge una cajita que reposa sobre la mesilla a la entrada, y me la tiende con un
gesto algo brusco. A primera vista, parece un embalaje propio de una tienda de
joyería… ¿Podría ser…?
Levanto
la tapa, esperando encontrar una cadena, una pulsera o algo similar, lo típico
que un novio normal le regalaría a su novia, y una sonrisa se asoma a las
comisuras de mis labios sin permiso; sin embargo, lo que encuentro, no sin
cierta desilusión, es totalmente diferente.
Se
trata de una daga, pequeña y de hoja curva, con empuñadura plateada y labrada,
hecha para ser observada más que lanzada, pero un arma a pesar de todo.
Lo
único que parece que todos los que en verdad me conocen ven en mí.
-Muchas
gracias. –digo, intentando disimular esa pizca de decepción que me ha sacudido
por un instante no sólo ante Cato, si no también ante mí.
-Pero
eso no es lo único que quiero darte –continúa mientras yo guardo la daga
nuevamente en la caja.
-¿Ah,
no?
-No,
aún queda la segunda parte.
-¿Y
en qué consiste esa segunda parte?
-En
esto mismo.
Entonces
cogiendo con su manaza las dos mías a mi espalda, me atrae hacia sí con fuerza
hasta que nuestros labios pueden tocarse y mi juego favorito comienza. Intento
pasarle los dedos por el pelo y asirme a él, pero Cato no me permite separar
una mano de otra en la posición en la que las mantiene.
Finjo
un gesto enfurruñado mientras él pasa su boca por mi cuello.
-Creía
que era yo la del cumpleaños.
-Mi
regalo. –susurra –Mis normas.
Al
poco tiempo, sin embargo, y con el fin del alcanzar cada parte de mí, se ve
obligado a “liberarme” cuando con ambas manos en los bolsillos traseros de mi pantalón,
me iza hasta que yo puedo rodear su cintura con mis piernas y nuestras cabezas
quedan a la misma altura. Aprovecho mi ventaja para colarme bajo su camiseta y
rozar los marcados músculos de su espalda, no sin dejar por ello de besarle ya
no sólo en la boca, sino también en toda su cara, desde el lóbulo de las orejas
hasta la mandíbula cuadrada.
-Dios,
Knivey –gruñe –cada vez eres más diminuta.
Y
como si esa frase hubiese sido el pistoletazo de salida, ambos le quitamos a la
vez, mutuamente, la camiseta al otro, quedando ambas hechas un gurruño en un
rincón de la habitación. Sin el impedimento de la tela de por medio yo puedo
recorrer, ya libre de restricciones, toda su perfecta anatomía de profesional
con las manos, sin dejar ni un centímetro de piel casto; él por su parte deja
de tocarme el culo para dedicarse a jugar bajo el broche del sujetador, como
tentándome a que le diga algo por soltarlo, y alternando esto con sus dedos
subiendo desde mi vientre hasta… Bueno, dejémoslo simplemente como una zona
algo indecente.
Sin
embargo, en ese momento, la fuerza de Cato se ve vencida por tener que cargarme
y, con un tropiezo “accidental”, ambos acabamos en su cama individual, yo sobre
él, ahogando las carcajadas con el juego de nuestras lenguas. Tras un pequeño
lío mi goma de pelo acaba también en el suelo, dejando caer sobre mi rostro una
cascada negra como el ala de un cuervo, en la que Cato hunde la mano que no
está ocupada con mi torso, acercándome más y más a él con tironcillos cariñosos
a los que yo respondo mordiendo suavemente su labio inferior.
Cuando
al fin se decide a dejar de tocarme por encima de la tela vaquera y pasa bajo
el pantalón con la palma derecha, cuando yo descubro como nunca con cada brusca
caricia el significado de la palabra “excitación”, cuando ambos nos encontramos
tirados en una cama que es demasiado pequeña para que durmamos juntos, un
susurro prohibido se escapa de mis labios hasta que ya soy incapaz de pararlo.
-Te
quiero. –musito entre mimo y mimo – Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero
muchísimo.
Con
esto como precedente, me lanzo nuevamente a la conquista de mi mayor fuente de
placer, sus labios, pero me encuentro una negativa implícita en su rostro, que
de repente se ha tornado totalmente serio.
-Retira
eso, Clove. –gruñe encrespado.
-¿Por
qué? –le interrogo con un deje de coquetería -¿Acaso te molesta?
Intento
retomar el juego, llevando mis manos a su pecho, mas él se aparta, como si
estuviese realmente cabreado con lo que he dicho.
-Sabes
tan bien como yo que decir eso implica algo a lo que ninguno de los dos está
dispuesto a llegar, así que no se te pase por la mente ni siquiera planteártelo
un momento.
Le
miro perpleja.
-Esto…
¿va en serio?
-Completamente.
-responde sin un atisbo de broma.
Me
separo con una ceja arqueada y una oleada repentina de frío me recorre el
cuerpo. Cruzo los brazos sobre el pecho un instante, pero rápidamente los apoyo
en la cama con un deje de enfado.
-¡Oh,
vamos Cato! Son sólo dos palabras estúpidas, no es como si se estuviese
acabando el mundo por pronunciar un te qui…
-¡QUE
NO LO DIGAS! –ruge, fuera de sí; después, consciente de que se ha pasado,
inspira hondo y traga saliva con los ojos cerrados en dirección al techo, antes
de dirigirse nuevamente a mí –Lo siento; mira, vamos a hacer como si los
últimos cinco minutos no hubiesen existido, ¿vale? Pero no lo vuelvas a decir.
Por favor.
Yo
asiento, todavía un poco pasmada, pero al poco le vuelvo a hacer caso,
abandonada a un mar de sensaciones que se suceden dentro de mí de una forma que
no consigue más que hacer crecer mi placer. Los besos se encadenan uno tras
otro, y las carcajadas vuelven a explotar cuando Cato me aúpa y me coloca a
horcajadas sobre él en el borde de la cama, como si no pesase ni un kilo. Me
tiro sobre él, ambos enredamos los dedos en el pelo del otro y me arqueo en más
de una ocasión con un gemido gutural. Su espalda se me antoja tan grande en
comparación con la mía que soy incapaz de abarcarla con ambas manos, mientras
que Cato es capaz de rodearme con un solo brazo e inclinarme hasta que acabo en
posición casi paralela al suelo, hundida por la fuerza de sus besos. Me
encuentro recuperando una postura más natural sin separar nuestras lenguas
cuando, de repente, Cato se para. Resoplo.
-A
ver, ¿qué es ahora? –pregunto, pero él no responde.
Tan
solo mira más allá de mi espalda, hacia el hueco de la puerta, con una mueca
indescifrable en su rostro.
Me
giro al instante para encontrarme, ante mi sorpresa, con un hombre que ocupa
prácticamente todo el espacio de la entrada con su enorme cuerpo, que me
observa paralizado con una expresión entre alucinada y furiosa congelada en su
faz; desde aquí, puedo oler el hedor a alcohol que desprende.
-Tú…
-susurra finalmente con un odio que me pone los pelos de punta -¡FUERA DE MI
CASA! ¡AHORA MISMO!
-Hazle
caso –masculla Cato.
Sin
necesidad de que me lo repitan dos veces, me levanto del borde de la cama y
cojo mi camiseta, que ha terminado en un rincón, poniéndomela en un suspiro
mientras me deslizo junto a él para salir tan aprisa como puedo, mirando atrás
un segundo sólo para preguntar con la mirada a Cato si estará bien. Ya en la
calle, oigo a mi espalda los gritos que proceden del interior, tanto de uno
como de otro, y eso sólo aviva mi paso aún más.
Cuando
finalmente llego a casa, el reloj de la cocina marca las doce menos cuarto; 45
minutos más tarde del toque de queda. Paso por el baño silenciosamente antes de
subir a mi cuarto, intentando no despertar a Raw y a Patricia, y el reflejo del
espejo me devuelve una imagen que casi no conozco.
Llevo
todo el pelo totalmente despeinado, una marca roja empieza a aparecer en mi
cuello, mis ojos brillan de una manera extraña y la manga caída de la camiseta
permite ver el tirante del sujetador. Estoy a punto de colocarla, pero a mitad
del gesto descubro que, en realidad, no quiero. Porque arreglarme significaría
dar por finalizado este día y, a pesar de la desilusión del regalo, de la
extraña reacción ante el te quiero y de la irrupción del padre de Cato, ha sido
uno de los mejores de mi vida, y no quiero que termine jamás.
Así
pues, sólo tras lavarme los dientes, aún vestida por completo, me tiro sobre la
cama con una sonrisa estampada en la cara; y por primera vez en mucho tiempo,
un acogedor sueño lleno de caricias y besos me acuna entre sus brazos a los
pocos segundos.
FIN DEL CAPÍTULO 24
¿Muy largo? ¿Demasiado corto? ¿Me he pasado en las escenas amorosas xD? No estoy especialmente contenta con el final de este capítulo, pero he estado más o menos un mes retocándolo y al final, se ha quedado así, jeje :). Espero que os haya gustado, y ya sabéis que podéis dejar cualquier opinión en los comentarios :D.
Ha estado genial!
ResponderEliminarUna cosita, que yo me apuntaría contigo, pero no tengo ni blog ni idea de como va el mundillo de los blogs :/.
Igualmente yo me limito a leerte a ti, a 1ºs JDH a michelle(aunque lo hayas abandonado un poquito muchito) y a el juego de mi vida, que lo esta reescribiendo la chica.
Que me encanta como escribes, LJDH y todo lo relacionado y este blog!!
Respóndeme cuando puedas plis Dillaardi
Un besito
¡Hola, Claudia!
EliminarEl hecho de crearse un blog es la cosa más simple del mundo, en realidad: desde la página del escritorio de blogger hay un botón que se llama "crear blog", eliges URL, nombre y plantilla y, ¡voila! Luego ya por supuesto, si se quiere tener un poco de reconocimiento etc, hay que alcanzar determinados compromisos: intentar publicar regularmente, hacer un diseño chulo (que como se puede comprobar yo no sé jajajaj), publicitarte mediante la participación en iniciativas y comentar en otros blogs...
Me alegro de cualquier forma al ver que soy de los pocos sitios que lees jajajaj (Michelle volverá algún día, seguro, pero primero tengo que aclararme qué es exactamente lo que quiero escribir jeje).
¡Muchas gracias por los ánimos, y un besazo!
Hola, yo voy a participar, en serio, pero de momento, la historia esta en "proceso de retoques" ya que no estoy muy cintenta con como ha quedado. No te preocupes que enseguida te la mando, no se si te has pasado por mi blog, pero si te pasaras verías claramente por qué necesito el premio XD.
ResponderEliminarPD: ¿Me afilias?
Besos.
La pequeña escritora.