miércoles, 1 de enero de 2014

Capítulo 14: The way I loved you

¡Hola tributos! En primer lugar, ¡Feliz Año Nuevo! Espero que estéis disfrutando de unas maravillosas y merecidas vacaciones de Navidad, que os traigan muchos regalitos etc, etc, etc. Quiero también deciros que, si alguno se presenta en mi casa con un cuchillo en la mano, lo entenderé perfectamente; soy una impresentable que dice que va a actualizar la historia y se toma otro mes desde el momento en el que se supone que tenía que subir capítulo hasta que lo sube. Lo siento, de verdad, voy a dedicar lo que queda de las vacaciones a terminar mis deberes y seguir escribiendo para que podáis leer los capítulos con más regularidad.
En fin, dicho esto, os dejo con el tema que nos atañe: ¡el capítulo 14! Espero que os guste mucho y que compense, en cierta medida (es el capítulo más largo escrito hasta el momento), mi discontinuidad.
PD: Como probablemente no os acordaréis muy bien, recomiendo releer los capítulos 5 y 6 antes que este :)




You're so in love that you act insane 
And that's the way I loved you 
[...] I never knew I could feel that much 
And that's the way I loved you 
                  The way I loved you, Taylor Swift

CLOVE
“Cuando me despierto, pego un descomunal bote para salir de la cama. La casa está en completo silencio, lo normal siendo jueves... Si ya ha pasado la hora en la que Bethany y yo vamos al colegio, y mi padre al trabajo. Aún en pijama, bajo corriendo la escalera para comprobar si es demasiado tarde: Las nueve y media de la mañana.
Cato estará aquí en una hora.
Me maldigo a mí misma entre dientes por haber tardado tanto en levantarme; por lo general, no soy muy dormilona, pero con los nervios, anoche me costó horrores cerrar los ojos. Ahora me arrepiento de no haber hecho caso a Bethany y tomarme alguna clase de infusión calmante.
Encuentro un trozo de pan que cubro con el poco fiambre que queda en casa rápidamente, suficiente para que mi diminuto estómago se llene. Vuelvo a subir corriendo a mi cuarto y, por acto reflejo, me pongo la ropa de entrenar. Entonces caigo en la cuenta de que, por la misma razón que hoy he podido saltarme las clases, me acabo de equivocar: es el día de la competición del baile, y con el mismo uniforme con el que tiro cuchillos, no puedo ponerme a hacer piruetas y pasos.
Abro el maltrecho armario donde guardo mi escasa ropa. Ahí está: el discreto y largo vestido negro con corte vertical en la pierna, de la época en que mi madre bailaba, y que la semana pasada arregló expresamente para ajustarlo más o menos a mi talla. Saco unas medias de rejilla, también prestadas, y me visto con ello. Pruebo a dar un par de vueltas y realizar algunos de los pasos de nuestra coreografía: me sigue quedando grande, pero no se me cae y voy cómoda con él.
Cuando salgo del cuarto, voy al baño a arreglarme el pelo, lo que básicamente significa recogérmelo en una cola alta y enganchar en un lateral, con horquillas, un pequeño adorno a juego con el vestido. Vuelvo a comprobar la hora: me quedan cinco minutos. Doy vueltas nerviosa, a sabiendas de que me falta algo… ¿Pero el qué?
Miro al suelo, pensativa, y lo descubro… ¡Los tacones! El primer día de ensayos con Cato, prometí ponerme unos para que la diferencia de altura no fuese tan grande, pero desde entonces no lo he vuelto a recordar, y no me preparé ningunos. Aunque quizás…
-¿Mamá? ¿Estás despierta? – grito. Unos pocos segundos después, una voz proveniente del cuarto de mis padres responde.
-Sí, cariño. ¿Qué pasa?
Subo intentando no descolocar en el intento el adorno del cabello.
-¿Me puedes prestar unos tacones?
La mirada de mi madre ante la petición, es de completa sorpresa y extrañeza. Por supuesto, ¿para qué iba a querer su hija-barra-máquina de matar, una de las piezas de vestuario que ya había demostrado odiar años antes de aprender a lanzar cuchillos? Sin embargo, sonríe.
-Hay unos guardados que me están pequeños ahí. – señala una caja escondida en una esquina de la habitación – Quizá te valgan.
-Gracias – digo con un suspiro mientras cojo la pareja que me ha señalado. Son unos zapatos delicados y finos, que parecen casi de cristal; por suerte, no me quedan excesivamente grandes, nada de lo que preocuparse teniendo en cuenta las tiras plateadas con las que se atan. Me estoy poniendo de nuevo mis viejas deportivas, ya que, visto el trayecto hasta el centro de entrenamiento, cuanto menos tiempo los lleve puestos menos riesgo habrá, cuando suena el timbre de la puerta
-¡Voy yo! – exclamo. Abro y me encuentro con un Cato que, a pesar de su camisa, pantalones viejos, y pelo desastrado en un intento de peinarlo lateralmente, está reluciente. Sin poder evitarlo, me lanzo a darle un abrazo y ambos empezamos a reírnos nerviosos.
-Quizás me equivoque Knivey, pero… ¿esos zapatos no son poco apropiados para la ocasión?
Le saco la lengua burlonamente.
-Tonto, cuando lleguemos me los cambio. Tu primera pareja ya se lesionó, no quiero que a la segunda le suceda lo mismo.
Tras este comentario, Cato se pone repentinamente serio, y distingo una leve sombre de temor en sus ojos.
-Clove, no estoy seguro de que debamos hacer esto… Será un ridículo tremendo, y seguro que me tropiezo mil veces como al principio y…
Le acallo cubriendo su boca con un dedo, aprovechando el desnivel entre la entrada y mi casa.
-No te preocupes. Todo saldrá tal y como lo hemos estado ensayando.
Treinta minutos después, nos encontramos en el mismo comedor en el que semanas antes Carolinne nos comunicó la idea de la competición. Doy golpecitos al suelo con el pie repetidamente, a la par que un murmullo generalizado, se extiende por la sala. Al cabo de unos minutos, la representante del Capitolio entra, pidiendo silencio con dos palmadas.
-¡Atención, futuros tributos! ¡Atención! – poco a poco, las voces de la gente se van apagando. La mujer sonríe, feliz de ser el centro de atención. – Damos paso a la Primera Competición de Baile del Centro de Entrenamiento 2. En unos instantes, las parejas comenzarán a salir a la pista, pero por ahora, permitidme explicar la dinámica de nuestro pequeño concurso. En primer lugar…
Tras dos minutos del chillón acento capitolense martilleándome el cerebro, me veo obligada a desconectar, esperando no perderme algo importante durante el eterno discurso. Me entretengo observando trajes y parejas: Liah va con un chico un año menor que ella, vestida con unas especie de túnica de mangas anchas y motivos florales, que se ajusta a la cintura por medio de una cinta gruesa de seda; los gemelos, aún con parejas diferentes, han decidido ir a juego, con sendos esmóquines de color azul y rojo respectivamente, decorados con brillos en los puños y…
Una respiración entrecortada y excesivamente rápida a mi lado me distrae de los fulgurantes trajes de John y Edward. Giro la cabeza, para encontrarme con un Cato sudoroso y al borde de la hiperventilación.
No puede ser… ¿Al chico asesino, al profesional perfecto, al loco aspirante a tributo, a Cato Underneath… Le ha entrado un ataque de nervios por una estúpida e informal competición de baile?
La situación es tan ridícula que evito por los pelos soltar una carcajada. En lugar de ello, le cojo la gran mano con fuerza y, poniéndome de puntillas con la ayuda añadida de los tacones, acerco mis labios a su oído.
-Sssh. Estoy aquí – susurro, lo que parece relajarle un poco; sin embargo, él me aprieta la mano con más fuerza todavía, sin intención alguna de soltarla.
Finalizado el discurso de Carolinne, las parejas se van sucediendo, una detrás de otra, en el espacio central que sirve como escenario. Algunos lo hacen bien, otros no tanto, y en más de una ocasión la coreografía cuenta con estrepitosas caídas en el suelo.
En un momento dado, Hayden, con un precioso vestido lila cortísimo con adornos dorados, aparece junto a su novio, Liam, y se sitúan a la vista de todo el “público”. La música empieza a sonar, y no puedo más que admitir lo maravillada que me quedo al ver la compenetración y ritmo con que ambos bailan, como si fuesen uno solo, narrando sin necesidad de palabras, una historia que no termina de quedar del todo clara, pero cuyo tema principal es más que obvio: el amor.
La melodía se acaba y todos los presentes estallan en una gran ovación. La pareja saluda y se retira.
-“Cato Underneath y Clover Ringer.” – se escucha con voz de autómata.
Inspiro y espiro profundamente, recoloco mi espalda, dirijo una última mirada a mi compañero, y ambos andamos hasta situarnos frente al “jurado”, constituido por altos cargos del distrito, entrenadores y vencedores.
-Suerte – susurra Hayden al cruzarse con nosotros.
-¿Pieza a interpretar? – pregunta una de las jueces.
-El tango de los asesinos. – suenan varias carcajadas ante la ironía del nombre; la mujer de antes, por el contrario, se mantiene seria.
-Comenzad.
Nos colocamos en nuestras posiciones, separados, y, unos instantes después, la música comienza a sonar.
Durante los primeros compases, los dos caminamos, el uno hacia el otro. Cato da un par de pasos con excesiva rapidez, presa de los nervios.
-Tranquilo – gesticulo sin emitir sonido, a la par que amarro a su hombro y ambos juntamos la otra mano. – Venga: un, dos, tres. Un, dos tres…
Al principio, mi pareja se muestra algo tensa, pero, poco a poco, al oírme contar, noto cómo sus músculos se van relajando, al igual que en el primer día de ensayos, y deja que su cuerpo siga el ritmo que le marco.
Pasados unos segundos, ya solo existimos la música, él y yo. Me arqueo hacia el suelo, apoyado en uno de los brazos de Cato, para que después me coja, realizando una complicada postura que roba un “Oooh” sorprendido al público. Dejo relucir una brillante sonrisa, con mis ojos fijos en los suyos, ahora ya calmados, mientras nuestros pies se mueven rápidamente a un mismo son. Levanto la pierna que mi pareja recorre con la mano provocándome un ligero escalofrío, hasta llegar al muslo donde, enganchada en la liga, se encuentra una pequeña daga. Totalmente metido en la actuación, y como hemos estado ensayando, Cato arquea una ceja y me la arrebata, lo que provoca ciertas risas y alguna que otra ovación.
A partir de ese momento, la danza consiste en una lucha coreografiada en la que ambos nos quitamos el arma continuamente mediante piruetas, pasos y alguna que otra acrobacia. El ritmo de la música acelera, y nos juntamos para retomar, a más velocidad, el mismo baile con que hemos empezado, con los pies moviéndose al unísono. Hago un amago de clavarle la daga, pero él me la quita y la acerca lentamente a mí mientras yo me voy arqueando, mi pelo prácticamente rozando el suelo…
Y entonces, para sorpresa de todos, incluida la mía propia, Cato me alza en el aire con un giro, y me deposita en su otro brazo, con las caras de ambos tan pegados que puedo notar su aliento. La canción se acaba, y durante unos pocos segundos eternos más, nos quedamos en la misma posición: a un simple movimiento de tocarse nuestros labios…”
Un jadeo se escapa por mi boca cuando abro los ojos repentinamente y me incorporo.  Noto el sudor que me recorre todo el cuerpo y mi respiración tremendamente agitada. Ha vuelto a pasar.
He vuelto a soñar con Cato.
Inspiro y espiro hondo una y otra vez, hasta que mi pulso vuelve a adquirir un ritmo normal. Cuando ya estoy calmada, cojo el pequeño reloj situado sobre mi mesilla (regalo de mis padres por el último cumpleaños) y miro la hora: las cinco y media de la madrugada. Consciente de que lo único que conseguiré acostándome de nuevo será sudar más y despertar al resto de la casa con el chirrido de la cama, opto por vestirme, coger un cuchillo y salir a dar una vuelta.
Dos minutos más tarde, estoy corriendo por el camino que lleva al centro comercial de mi zona en el Distrito y, un poco más adelantado, al lugar donde entreno. La fresca brisa matinal es todo un alivio comparado con el calor sofocante que ha estado haciendo este verano, y me ayuda a despejar la mente… para pensar en mi problema durante los últimos días: Cato.
Cato, Cato, Cato y otra vez Cato. No le he vuelto a ver desde que finalizó el ejercicio de campo, porque no te permiten entrenar en el centro hasta pasada al menos una semana después de volver a casa y le he evitado en todo momento dentro del instituto; sin embargo, en estos siete días que hoy se cumplen desde entonces, no podía haber estado más presente en mi maldita cabeza. Dos veces he rememorado ya sin quererlo, el día del concurso de baile en que quedamos cuartos, tres el momento en el que me salvó en el río, e infinitas los pocos besos que hemos compartido a escondidas. Es como si mi subconsciente intentase, ahora que tengo más claro que nunca que no me conviene acercarme más a ese animal, enseñarme todos los maravillosos momentos que he vivido junto a él, en los que me ha apoyado, me ha ayudado, le he necesitado… le he querido.
Porque sí, no tiene más sentido mentirme ni ocultármelo: ya bastante me han engañado los demás como para engañarme a mí misma. He querido a mi tantas veces compañero y rival, probablemente más de lo que quise ni querré a nadie nunca. Quizás incluso me… me llegué a enamorar de él, por tonto y poco profesional que eso suene, aunque no por mucho tiempo, y solo como cualquier adolescente, sin que deje una mella profunda  en mí. Tengo catorce años, por Dios, ¿acaso me puedo negar el derecho a cometer estupideces de vez en cuando?
Sin embargo, eso se acabó: no pienso cometer el mismo error de nuevo, y sobre todo con la misma persona. A pesar de que estos próximos días me portaré como corresponde, teniendo en cuenta que me ha dado razones de sobra para enfadarme con él (lo mínimo después de matarme, aunque fuera un ejercicio), en cuanto se me pase mi más que coherente cabreo, le trataré con la misma indiferencia y el mismo cariño con el que se trata a cualquier conocido que no llegue a ser alguien cercano: ni más, ni menos.
Satisfecha con esta resolución, me hago a un lado del camino y paro para tomar aire. “Eso es exactamente lo que voy a hacer” pienso. Me aprieto bien los cordones de las zapatillas y sigo corriendo hasta llegar a la plaza central de mi zona. El gran reloj que hay en ella, indica que ya son las seis y media: en una hora abrirán el Centro de Entrenamiento, así que hasta entonces, me decido por ir a la panadería a comprar algo ya que, al fin y al cabo, todavía no he desayunado. En el mostrador se encuentran unos pequeños bollitos con glaseados en forma de flor, sencillamente preciosos; sin embargo, me decido por mis favoritos, los panecillos con queso, que además son mucho más baratos. A pesar de que el ascenso de mi padre hace meses significase una importante subida en las ganancias de la casa, seguimos sin ser una familia de grandes lujos, y yo no me termino de acostumbrar a gastar el dinero con ligereza.
Me como los panecillos y pregunto al panadero si tiene café; el hombre, un señor bajo y bonachón me sirve una taza humeante que yo le agradezco con un escueto “gracias”. Con el estómago lleno y una inusual sonrisa dibujada en el rostro, salgo de la tienda, y paso la media hora que me queda hasta que abran el Centro lanzando mi cuchillo contra los árboles que hay frente a la puerta. Finalmente, cuando a las siete y media puntuales uno de los entrenadores saca una llave y entra, yo le sigo y, puesto que mi clase no empieza hasta las nueve (al ser sábado, pasamos el día completo entrenando), me quedo en una de las salas individuales de abajo, practicando tanto con cuchillos como con el arco, e incluso probando de vez en cuando a tirar una lanza.
Diez minutos antes de que den las nueve, oigo las escandalosas risas de Hayden y Marietta en el pasillo. Salgo a encontrarme con ellas, y la primera me saluda con un gran abrazo.
-¡Hola Knivey! No te he visto por la escuela esta semana. ¿Dónde narices te habías metido?
-Por ahí… - digo restándole importancia con la mano. Hayden y Cato son compañeros de clase, así que en los pocos descansos en que coincidimos, siempre están juntos; si evitaba a uno, tenía que evitar sin quererlo a la otra.
-Bueno, quería decirte que todos los del grupo que vimos el ejercicio estamos muy orgullosos de ti. ¡Catorce años y tercera! – esbozo una pequeña sonrisa de falsa modestia y Marietta me da una palmada en el hombro. Cuando esta se aparta, la chica que estaba hablando continúa, esta vez a susurros y en mi oído – Cato fue un idiota al matarte. No se lo tengas en cuenta, al pobre le fallan las neuronas de vez en cuando.
-No te preocupes, lo entiendo. Seguramente yo habría hecho lo mismo de haber tenido ocasión – respondo con voz fría como el hielo, ante la sorpresa de mi amiga. – Ya sé que tú no y que no lo entiendes, pero créeme, lo tengo superado. – concluyo con un guiño, intentando que a Hayden no le haya sonado el comentario tan borde como a mí. Hasta alguien como yo para la que los pensamientos ajenos son un misterio sabe que, aunque entrene, ella solo lo hace por obligación; es buena y podría ganar unos Juegos, pero no tiene ninguna intención de presentarse, y no comprende lo que motiva a gente como a Cato y a mí.
Por suerte, Hayden es mucho más amable que yo, y parece percibir que ese tema me pone de mal humor, así que no se muestra afectada por mis palabras y se pone a hablar de otra cosa.
El resto del grupo va llegando con rapidez: cuando Coy aparece, siento cómo el corazón se me encoge ligeramente, y más aún cuando comienzan las burlas cariñosas sobre su repentina “muerte”; en un acto de valentía y dureza que me hace sentir aún peor, no ha contado lo que realmente pasó a nadie, solo se sabe que decidimos dejarlo para seguir siendo amigos después del ejercicio. Vale, puede que admitiera que era una persona cruel y que eso lo había decidido años atrás, pero no por ello soy completamente inhumana, y quiero hablar con él para pedirle perdón.
Poco después, entra por la puerta Liah, y, finalmente, aparece Cato.
Con decisión, adopto la actitud de indiferencia que había planeado, orgullosa aún por mi resolución.
-Hola Cato – saludo, para después girarme para hablar con Marietta. Sin embargo, al hacerlo noto un tirón en el hombro y me encuentro frente a frente con el chico que tantos dolores de cabeza me ha dado. Intento que mi mirada clavada en la suya no tiemble y entonces…
Lo hace. Sin preocuparse de las miradas asombradas de todos, me besa.

FIN DEL CAPÍTULO 14

Quiero recalcar en primer lugar una cosilla en cuanto al título del capítulo- la canción: The way I loved you. Y con el "loved" porque no quiere decir "la forma en que te quiero/te amo", si no "la forma en que te quise/te amé", lo cual refleja un poco los sentimientos que Clove quiere dejar atrás en el capítulo.
Dicho lo cual, ¿qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Os plantearéis seriamente lo de descubrir mi dirección y venir con un cuchillo hasta mi casa? ¡Un beso!

11 comentarios:

  1. ¿Que si me lo planteo? Ya me la estas dando ahora mismo. ¡¿Como se te ocurre dejarnos así?! Que boniito la ha besaado *_* estoy tan emocionada que no se me ocurren las palabras. Es... Es... Un momento marabilloso porque la verdad es que no me esperaba ese besooo.
    Es un capítulo genial por si no te habias dado cuenta, te perdono que hayas tardado tanto pero ni se te ocurra con el siguiente eh ;P
    Muuuchoos besoos enormes y feliz año ;)
    PD: la canción es genial, bueno es que a mi donde esté Taylor... Jajaja pero de verdad me gusta el pequeño matiz de que esté en pasado :)

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    1. Jajaja bueno, espero que este próximo capítulo pueda compensarte :D.
      Comparto tu amor por Taylor Swift (¿qué persona decente no lo hace?); desde que oí la canción, supe que tenía que meterla en algún capítulo :3
      ¡Un beso, y gracias por estar ahí para comentar siempre!

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  2. ¡¿Cómo nos has dejado así?! ¡Obviamente iré a tu casa con un cuchillo! Quiero saber que pasa luego... ¿Cuándo subirás el próximo? Ame todos los capítulos (me los leí todos en un día .-.), ¡quiero que subas el otro!

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    1. ¡Muchas gracias, me alegro que te guste tanto! :D
      Un besazo ;)

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  3. ¡Holaaa!
    Estaba buscando fics de Cato y Clove en google y no encontraba ninguno que fuera medio decente hasta que entré aquí., ¡Esto no es medio decente ni nada por el estilo! Con sinceridad, ¡que este es el mejor fic de Cato y Clove que he leído! XD
    Me los he leído y releído y me encantan. Últimamente no entiendo a Cato, pero será que no estoy medio loca. (?)
    Sigue escribiendo así, me muero de ganas de que llegué el próximo cap. ;)
    Besos

    Iry

    (PD: No entiendo como escribes así, mis fics son penosos, tienes que decirme el truco)

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    1. Jajaja, ¡no sabes la sonrisa que me acabas de dibujar! :D
      Y no te preocupes, a Cato no le entiende ni él mismo ;). El próximo capítulo lo aclara todo un poco :D
      ¡Un beso!

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    2. PD: Yo llevo escribiendo desde muy pequeñita, y cuando veo mis historias (casi todas un plagio descarado de Laura Gallego), me dan ganas de llorar; no te preocupes, si escribir te gusta, irás mejorando poco a poco, con la práctica, y seguro que al final consigues algo digno de, por lo menos, llegar a este pequeño escalón al que he conseguido legar yo :)
      ¡Un beso, otra vez!
      Ah, si quieres leerte otro buen fic de Clato, te recomiendo este: desperateknifeclove.blogspot.com. Conforme avanzan los capítulos (que además son un montón, algo que me da muchísima envidia je,je) cada vez te ves más enganchada a la historia :D

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  4. Estoy completamente enamorada de tu historia. Te lo digo en serio. Sé que hace muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo que no te pongo un comentario, pero me leo TODOS Y CADA UNO de tus capítulos, y he pensado que no era justo seguir sin comentar. Me encanta. Así, lisa y llanamente. Ya puedes escribir pronto, porque dejar así el capítulo es para organizar un suicidio colectivo :)))))

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    1. ¡Muchísimas gracias, Kationak! Y no te preocupes, que a mí el solo hecho de saber que vas leyendo la historia ya me ilusiona muchísimo, con el blog tan increíble que tienes tú :3
      ¡Un beso!

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  5. Cato es super inesperado :) y tierno. Que lindo :3

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