¡Hola, hola, tributos! ¿Qué tal va el verano? El mío más entretenido de lo que esperaba en un principio, razón por la que hasta ahora no he podido publicar...
¡Pero se acabó la abstinencia! Aquí os traigo el nuevo capítulo... ¡Y como siempre, espero que os guste!
CLOVE
Sigo pegada a las sábanas cuando Lunnette empieza a llamar a mi puerta incasablemente, acompañando los golpecitos con su insoportable voz aguda.
-¡Querida, hay que despertar ya! No querrás llegar al Capitolio en pijama, ¿verdad? –suelta una risita que me martillea la cabeza.
Gruño con los ojos aún cerrados. La verdad es que en este momento el estado en el que llegue al Capitolio me importa menos que poco, pero no soportaría ni un solo comentario más por parte de mi tío como llegue un minuto tarde.
Brutus. Su imagen hace que la sangre hierva en mi cabeza y, en un segundo, me desperezo por completo. Busco en la cómoda que hay frente a mí y cojo los únicos pantalones que veo (negros, demasiado pegados para mi gusto) y una blusa, tan fina que parece aire, de un naranja muy suave. Me pongo los mismos zapatos que ayer y, tras un rápido vistazo al espejo, decido recogerme el pelo en una coleta.
Pese a que no me apresuro lo más mínimo en cambiarme, cuando llego al vagón comedor sólo Lyme está presente, untando una rebanada de pan con mantequilla. Suspiro: no sé qué manía tiene Lunnette con llamarme la primera para ir a cualquier parte. Me siento en el mismo sitio que ayer para que, dos segundos más tarde, una bandeja con huevos, patatas y jamón más grande que yo misma aparezca frente a mí, junto con un elegante vaso lleno de zumo de naranja. Aspiro el aroma a fruta fresca, que me llena las fosas nasales, y alcanzo la cafetera para servirme una taza bien llena, sin una gota de leche; Dios mío, hasta el café huele mejor aquí.
Estoy sirviéndome una pequeña porción de la bandeja de los huevos (aún tengo en la garganta la copiosa cena de anoche), cuando Cato y Brutus aparecen al fin escoltados por Lunnette, que pasea de un lado para otro con una taza y un diminuto trozo de bizcocho en las manos. Ambos ocupan sus respectivos asientos y, en un movimiento casi sincronizado, llenan su plato hasta que éste rebosa. Observo cómo Cato mira con asco el café, buscando a ambos lados una opción más de su agrado.
-También hay chocolate caliente, si quieres –le rescata nuestra acompañante.
En el instante en el que asiente, un miembro del personal del tren le acerca una jarra de porcelana humeante, cuyo perfume goloso hace que me maree y ponga la misma cara que mi compañero hace unos segundos. Por supuesto, Brutus no puede dejar pasar la ocasión para lanzar una pulla:
-¿Eres incapaz de soportar un poco de dulzura, sobrinita?
Desde que empecé a demostrar que mi talante en los últimos años ha cambiado bastante, ha decidido atacar por otro lado y centrarse en mi faceta más fría y hosca para dirigir sus absurdas broma. A pesar de que siento la imperiosa necesidad de lanzarle el cuchillo de untar mantequilla a la frente en este mismo instante, la voz de Lyme frena mi impulso.
-Basta. –sisea en tono severo –Chicos, ¿habéis dormido bien?
Cato y yo asentimos, y dejamos los cubiertos sobre la mesa; ambos entendemos que la pregunta es algo más que un gesto rutinario de buena educación. Lo acertado de nuestra suposición tarda poco en ponerse de manifiesto.
-Me alegro. Bien, poned todos vuestros sentidos en lo que estoy a punto de decir, porque quiero que lo tengáis presente en todo momento. A partir del instante en el que las montañas del Capitolio asomen por la ventanilla, empieza la carrera, no ya por ganar una competición que habéis tenido en mente toda la vida, sino por sobrevivir. Sois veinticuatro, y aunque vosotros estáis sin duda entre los mejor preparados, aunque sois, junto con el 1, los únicos que habéis elegido esto por voluntad propia, cada paso que deis fuera de este tren será un paso que decida si vivís o morís, así que quiero que todos –enfatiza lanzando una significativa mirada a Brutus –colaboréis para que este año el Distrito 2 pueda coronar otro vencedor, ¿estamos?
Ninguno se atreve a responder nada, y todos guardamos silencio ante una pregunta evidentemente retórica.
-Ayer –dice tras la pausa, escrutándonos tanto a mi tío como a mí -vuestros problemas familiares no consiguieron más que hacernos perder un tiempo que podríamos haber aprovechado mejor, aunque fuese para que hoy tú no tuvieses aspecto de no haber dormido en una semana, chica.
-Oh, no te preocupes, la cara de mal humor viene con el pack. –comenta Brutus, pero se calla ante la expresión de Lyme.
Parece que ella también está planteándose lo del cuchillo de mantequilla.
-Este tipo de bromitas sin gracia –responde con una voz implacable y gélida –son precisamente aquello que los dos deberíais evitar, no sólo ya por toda la polémica de cara al público, sino para garantizar que ambos vais a estar completamente centrados en el objetivo, que es que uno de nuestros tributos vuelva a su casa. Así que para minimizar riesgos, he decidido que vamos a prepararos por separado. Nos pondremos de acuerdo para ciertos aspectos, y probablemente vuestras estrategias sean comunes en muchos casos porque vais a acabar en el grupo profesional de una manera u otra, pero en los temas más individuales cada uno irá por su lado y con su mentor. Cato, tú con Brutus, y Clove, tú conmigo.
Nadie tiene nada que replicar ante esta decisión, ni parece que Lyme vaya a aceptar, de cualquier manera, que alguien le lleve la contraria, por lo que todos volvemos a nuestros respectivos desayunos.
Yo observo el paisaje que pasa a toda velocidad ante mí. Por supuesto, ya estaba advertida de la importancia vital, en el sentido más literal de la palabra, de crear una buena impresión ante el público desde el minuto uno, por lo que el discurso de Lyme, por muy necesario que lo considere ella o muy solemnemente que lo haya pronunciado, no es más que una reiteración de aquello que llevan cuatro años repitiéndome. La única “sorpresa”, si se la puede llamar así, ha sido el saber que Cato y yo nos prepararemos por separado, algo que de cualquier manera, dada la precaria situación en la que ambos nos encontramos, agradezco; ayer ya estuvieron a punto de saltar chispas con una pregunta tan simple como si entrenábamos juntos. Compartir con el otro nuestros puntos débiles y fuertes, que ambos conocemos tan bien como los propios, no haría más que traer de vuelta unos recuerdos que él lleva ya tres meses dejando claro que quiere olvidar. Y yo no voy a ser la idiota que después de que la dejasen de la noche a la mañana con una explicación incoherente, intenta resucitar una relación a pocos días de meterse en una batalla a muerte con un único superviviente.
Sin embargo, por alguna razón, saber que pasaré menos tiempo con él del previsto inicialmente hace que el corazón se me encoja un segundo; supongo que, después de todo, en mi interior seguía haciéndome a la idea de que podríamos solucionar las cosas de alguna inexplicable manera.
En apenas quince minutos, todos los platos están vacíos, el servicio del tren recoge fuentes y tazas eficazmente, y nuestros mentores parecen haber decidido que el momento de calma previo a la preparación ha terminado.
-Bien, antes de que nos separemos –dice Lyme -¿hay alguna propuesta acerca de la manera en la que vamos a orientar esto? ¿Habilidades que compartir? Y no me vengáis conque preferís mantenerlas en secreto, porque con los profesionales el “secreto” dura poco más allá de la primera jornada en el Centro de Entrenamiento.
-No queda mucho secreto sin ver, de todas formas –se le escapa a Cato, que no es consciente hasta un segundo demasiado tarde de lo que deja entrever esa frase.
-Entrenando juntos… -añade rápidamente para intentar solucionarlo. Le lanzo una mirada asesina.
Si, como bien dijo, pretende que lo nuestro no haya existido jamás, por lo menos que no esté recordándolo continuamente delante de los demás.
-A mí se me dan bien los cuchillos.-digo, para retomar el tema –Me manejo decentemente con todas las armas tradicionales, pero los cuchillos son mi fuerte.
-Define “mi fuerte” –me pide Lyme.
Como respuesta, cojo uno de los cuchillos que está recogiendo un camarero y, sin molestarme siquiera en levantarme de la silla, lo arrojo contra la puerta de salida del vagón, donde se clava justo en la rendija que la separa de la pared.
-Mi fuerte –repito.
Lyme no dice nada, pero asiente con la cabeza, satisfecha, antes de dirigirse a Cato.
-¿Y tú?
Cato contesta de forma casi mecanizada, después de años de repetir lo mismo.
-Cuerpo a cuerpo y espada, aunque también llevo bastante bien la lanza.
-Es todo fuerza, pero le falla la puntería –comento.
-Al contrario que a ella, que difícilmente se maneja sin un arma en la mano.
Nos miramos. Mierda. Vale, quizás él no sea el único al que le cueste disimular. Aunque no lo manifiesten verbalmente, sé que Lyme y Brutus se han tenido que dar cuenta de que hay algo, por nimio que sea; no llevan años entrenando tributos para nada.
-Bueno, creo que eso es suficiente por ahora. –finaliza mi mentora –Aún nos quedan unas tres horas de viaje, así que por ahora, descansad un poco y preparaos para lo que se os viene; os llamaremos en un rato para concretar los últimos detalles. Mientras tanto, chico, cámbiate de jersey: te has manchado ese durante el desayuno. Y aún me pensaré si hay que maquillarte un poco antes de dejarte en manos de los estilistas.
Noto cómo Cato se sonroja ligeramente, por lo que en un segundo sale precipitadamente del vagón para que no se le vea. Brutus le sigue antes de dedicarme una sonrisa socarrona, y yo voy a emprender los mismos pasos cuando una fuerza sobre mi brazo me retiene. Me doy la vuelta para encontrarme con la mirada severa de Lyme traspasándome. Sus ojos claros, en contraste con su cuerpo fibroso, resultan fríos y cortantes como el hielo.
-No sé exactamente cuál ha sido la relación entre el tributo de Brutus y tú, pero en menos de veinticuatro horas ya ha habido dos cosas que me han quedado claras: que en el algún momento ha ido más allá de compañeros de entrenamiento y que los dos parecéis querer que no se entere nadie. Y desde luego, si continuáis con ese comportamiento, no vais a engañar ni al más tonto de los capitolenses operados que os van a estar observando minuto a minuto antes siquiera de que piséis la Arena. Así que id con cuidado, e intentad solucionar, aunque sea temporalmente, cualquier problema que haya podido surgir. Las relaciones personales, y más aún si no están resueltas, no hacen más que complicar las cosas.
Le mantengo la mirada, imponiéndome ante la imagen amenazante que se cierne sobre mí; sí, tengo la impresión de que mi mentora dejó atrás toda blandura y maleabilidad cuando ganó sus Juegos, pero no es la única. Y en mi caso, sucedió años antes de levantar la mano para presentarme voluntaria.
-Entre Cato y yo no ha habido nada fuera de lo normal. Fuimos compañeros, incluso amigos, pero eso es todo.
Sé que estoy negando lo evidente, pero la firmeza en mis ojos y en mi voz me respalda, como lo ha hecho siempre mi control sobre mí misma. Soy una redomada experta en hacer a alguien tragar una mentira infumable…
Y precisamente por ello, me sorprende el principio de sonrisa triste que rompe un instante la máscara de Lyme.
-Ya. No sois la primera relación que conozco, Clove. Y de mí va a depender en gran medida tu vida e incluso la de él, por lo que no te vendría mal confiar un poco en lo que te digo.
Con estas palabras me suelta, y siguen permaneciendo en mi cabeza cuando, casi dos horas más adelante, las montañas que rodean el Capitolio se perfilan ante nosotros y nos reunimos nuevamente antes de salir del tren.
-La cabeza alta, la mirada altiva, y tú, Cato, la actitud algo agresiva –este vez es Brutus el que toma la palabra. –Sois los profesionales del Distrito 2, las apuestas juegan a vuestro favor incluso antes de haber sido elegidos, y no podéis decepcionar. Creedme, vuestros estilistas harán un trabajo prodigioso para el desfile, pero vuestra primera carta de presentación ante los periodistas y, por tanto, los posibles patrocinadores, es esta salida. Ah, y sobrinita –se me contraen los músculos en un acto reflejo –sonríe a alguno de vez en cuando; aunque te cueste un esfuerzo inhumano.
Freno el impulso de alzar la vista al cielo, y me contento con morderme el labio en el mismo instante en el que salimos del túnel que nos adentra directamente en nuestra capital. Las ganas de verla son incontenibles y tanto Cato como yo nos lanzamos a la ventanilla. En cuanto mis ojos asimilan los colores brillantes que lo cubren todo, no puedo evitar pensarlo:
“Esta ciudad está hecha para John y Edward.”
Cientos de personas vestidas con las pintas más extravagantes que he visto en mi vida comienzan a saludar en cuanto nos ven asomados. Logro pasar del breve instante de despiste en el que me ha sumido el deslumbrante Capitolio y esbozo mi más que ensayada sonrisa de superioridad; como si fuese yo la que va a comerse a todas estas criaturas tan extrañas y a todas las altísimas construcciones y no al revés, que es lo que me parece más probable. Me permito saludar levemente, no sin excesiva cercanía, antes de apartarme de la ventanilla.
Por el rabillo del ojo veo que Cato también finge una actitud triunfal durante un instante, pero en cuanto gira la cabeza para alejarse de toda la multitud, comienza a entornar los ojos y parpadear rápidamente; a él también le ha podido tanta magnificencia y superfluidad como no hemos visto en nuestra vida aunada en menos de un minuto.
Brutus se ríe.
-Siempre lo mismo, ¿eh? En cuanto salgamos, iremos directos al Centro de preparación para que os humanicen un poco. ¿Preparados?
Aunque nunca imaginé que sería en estas condiciones, llevo años esperando este momento. Claro que estoy preparada.
FIN DEL CAPÍTULO 29
¡Pero se acabó la abstinencia! Aquí os traigo el nuevo capítulo... ¡Y como siempre, espero que os guste!
Before you stand your ground what are you doing?
'Cause everything around us will be ruined
Again we'll have to search for what we had
When the past is the past
The past is the past, Tantric
CLOVE
Sigo pegada a las sábanas cuando Lunnette empieza a llamar a mi puerta incasablemente, acompañando los golpecitos con su insoportable voz aguda.
-¡Querida, hay que despertar ya! No querrás llegar al Capitolio en pijama, ¿verdad? –suelta una risita que me martillea la cabeza.
Gruño con los ojos aún cerrados. La verdad es que en este momento el estado en el que llegue al Capitolio me importa menos que poco, pero no soportaría ni un solo comentario más por parte de mi tío como llegue un minuto tarde.
Brutus. Su imagen hace que la sangre hierva en mi cabeza y, en un segundo, me desperezo por completo. Busco en la cómoda que hay frente a mí y cojo los únicos pantalones que veo (negros, demasiado pegados para mi gusto) y una blusa, tan fina que parece aire, de un naranja muy suave. Me pongo los mismos zapatos que ayer y, tras un rápido vistazo al espejo, decido recogerme el pelo en una coleta.
Pese a que no me apresuro lo más mínimo en cambiarme, cuando llego al vagón comedor sólo Lyme está presente, untando una rebanada de pan con mantequilla. Suspiro: no sé qué manía tiene Lunnette con llamarme la primera para ir a cualquier parte. Me siento en el mismo sitio que ayer para que, dos segundos más tarde, una bandeja con huevos, patatas y jamón más grande que yo misma aparezca frente a mí, junto con un elegante vaso lleno de zumo de naranja. Aspiro el aroma a fruta fresca, que me llena las fosas nasales, y alcanzo la cafetera para servirme una taza bien llena, sin una gota de leche; Dios mío, hasta el café huele mejor aquí.
Estoy sirviéndome una pequeña porción de la bandeja de los huevos (aún tengo en la garganta la copiosa cena de anoche), cuando Cato y Brutus aparecen al fin escoltados por Lunnette, que pasea de un lado para otro con una taza y un diminuto trozo de bizcocho en las manos. Ambos ocupan sus respectivos asientos y, en un movimiento casi sincronizado, llenan su plato hasta que éste rebosa. Observo cómo Cato mira con asco el café, buscando a ambos lados una opción más de su agrado.
-También hay chocolate caliente, si quieres –le rescata nuestra acompañante.
En el instante en el que asiente, un miembro del personal del tren le acerca una jarra de porcelana humeante, cuyo perfume goloso hace que me maree y ponga la misma cara que mi compañero hace unos segundos. Por supuesto, Brutus no puede dejar pasar la ocasión para lanzar una pulla:
-¿Eres incapaz de soportar un poco de dulzura, sobrinita?
Desde que empecé a demostrar que mi talante en los últimos años ha cambiado bastante, ha decidido atacar por otro lado y centrarse en mi faceta más fría y hosca para dirigir sus absurdas broma. A pesar de que siento la imperiosa necesidad de lanzarle el cuchillo de untar mantequilla a la frente en este mismo instante, la voz de Lyme frena mi impulso.
-Basta. –sisea en tono severo –Chicos, ¿habéis dormido bien?
Cato y yo asentimos, y dejamos los cubiertos sobre la mesa; ambos entendemos que la pregunta es algo más que un gesto rutinario de buena educación. Lo acertado de nuestra suposición tarda poco en ponerse de manifiesto.
-Me alegro. Bien, poned todos vuestros sentidos en lo que estoy a punto de decir, porque quiero que lo tengáis presente en todo momento. A partir del instante en el que las montañas del Capitolio asomen por la ventanilla, empieza la carrera, no ya por ganar una competición que habéis tenido en mente toda la vida, sino por sobrevivir. Sois veinticuatro, y aunque vosotros estáis sin duda entre los mejor preparados, aunque sois, junto con el 1, los únicos que habéis elegido esto por voluntad propia, cada paso que deis fuera de este tren será un paso que decida si vivís o morís, así que quiero que todos –enfatiza lanzando una significativa mirada a Brutus –colaboréis para que este año el Distrito 2 pueda coronar otro vencedor, ¿estamos?
Ninguno se atreve a responder nada, y todos guardamos silencio ante una pregunta evidentemente retórica.
-Ayer –dice tras la pausa, escrutándonos tanto a mi tío como a mí -vuestros problemas familiares no consiguieron más que hacernos perder un tiempo que podríamos haber aprovechado mejor, aunque fuese para que hoy tú no tuvieses aspecto de no haber dormido en una semana, chica.
-Oh, no te preocupes, la cara de mal humor viene con el pack. –comenta Brutus, pero se calla ante la expresión de Lyme.
Parece que ella también está planteándose lo del cuchillo de mantequilla.
-Este tipo de bromitas sin gracia –responde con una voz implacable y gélida –son precisamente aquello que los dos deberíais evitar, no sólo ya por toda la polémica de cara al público, sino para garantizar que ambos vais a estar completamente centrados en el objetivo, que es que uno de nuestros tributos vuelva a su casa. Así que para minimizar riesgos, he decidido que vamos a prepararos por separado. Nos pondremos de acuerdo para ciertos aspectos, y probablemente vuestras estrategias sean comunes en muchos casos porque vais a acabar en el grupo profesional de una manera u otra, pero en los temas más individuales cada uno irá por su lado y con su mentor. Cato, tú con Brutus, y Clove, tú conmigo.
Nadie tiene nada que replicar ante esta decisión, ni parece que Lyme vaya a aceptar, de cualquier manera, que alguien le lleve la contraria, por lo que todos volvemos a nuestros respectivos desayunos.
Yo observo el paisaje que pasa a toda velocidad ante mí. Por supuesto, ya estaba advertida de la importancia vital, en el sentido más literal de la palabra, de crear una buena impresión ante el público desde el minuto uno, por lo que el discurso de Lyme, por muy necesario que lo considere ella o muy solemnemente que lo haya pronunciado, no es más que una reiteración de aquello que llevan cuatro años repitiéndome. La única “sorpresa”, si se la puede llamar así, ha sido el saber que Cato y yo nos prepararemos por separado, algo que de cualquier manera, dada la precaria situación en la que ambos nos encontramos, agradezco; ayer ya estuvieron a punto de saltar chispas con una pregunta tan simple como si entrenábamos juntos. Compartir con el otro nuestros puntos débiles y fuertes, que ambos conocemos tan bien como los propios, no haría más que traer de vuelta unos recuerdos que él lleva ya tres meses dejando claro que quiere olvidar. Y yo no voy a ser la idiota que después de que la dejasen de la noche a la mañana con una explicación incoherente, intenta resucitar una relación a pocos días de meterse en una batalla a muerte con un único superviviente.
Sin embargo, por alguna razón, saber que pasaré menos tiempo con él del previsto inicialmente hace que el corazón se me encoja un segundo; supongo que, después de todo, en mi interior seguía haciéndome a la idea de que podríamos solucionar las cosas de alguna inexplicable manera.
En apenas quince minutos, todos los platos están vacíos, el servicio del tren recoge fuentes y tazas eficazmente, y nuestros mentores parecen haber decidido que el momento de calma previo a la preparación ha terminado.
-Bien, antes de que nos separemos –dice Lyme -¿hay alguna propuesta acerca de la manera en la que vamos a orientar esto? ¿Habilidades que compartir? Y no me vengáis conque preferís mantenerlas en secreto, porque con los profesionales el “secreto” dura poco más allá de la primera jornada en el Centro de Entrenamiento.
-No queda mucho secreto sin ver, de todas formas –se le escapa a Cato, que no es consciente hasta un segundo demasiado tarde de lo que deja entrever esa frase.
-Entrenando juntos… -añade rápidamente para intentar solucionarlo. Le lanzo una mirada asesina.
Si, como bien dijo, pretende que lo nuestro no haya existido jamás, por lo menos que no esté recordándolo continuamente delante de los demás.
-A mí se me dan bien los cuchillos.-digo, para retomar el tema –Me manejo decentemente con todas las armas tradicionales, pero los cuchillos son mi fuerte.
-Define “mi fuerte” –me pide Lyme.
Como respuesta, cojo uno de los cuchillos que está recogiendo un camarero y, sin molestarme siquiera en levantarme de la silla, lo arrojo contra la puerta de salida del vagón, donde se clava justo en la rendija que la separa de la pared.
-Mi fuerte –repito.
Lyme no dice nada, pero asiente con la cabeza, satisfecha, antes de dirigirse a Cato.
-¿Y tú?
Cato contesta de forma casi mecanizada, después de años de repetir lo mismo.
-Cuerpo a cuerpo y espada, aunque también llevo bastante bien la lanza.
-Es todo fuerza, pero le falla la puntería –comento.
-Al contrario que a ella, que difícilmente se maneja sin un arma en la mano.
Nos miramos. Mierda. Vale, quizás él no sea el único al que le cueste disimular. Aunque no lo manifiesten verbalmente, sé que Lyme y Brutus se han tenido que dar cuenta de que hay algo, por nimio que sea; no llevan años entrenando tributos para nada.
-Bueno, creo que eso es suficiente por ahora. –finaliza mi mentora –Aún nos quedan unas tres horas de viaje, así que por ahora, descansad un poco y preparaos para lo que se os viene; os llamaremos en un rato para concretar los últimos detalles. Mientras tanto, chico, cámbiate de jersey: te has manchado ese durante el desayuno. Y aún me pensaré si hay que maquillarte un poco antes de dejarte en manos de los estilistas.
Noto cómo Cato se sonroja ligeramente, por lo que en un segundo sale precipitadamente del vagón para que no se le vea. Brutus le sigue antes de dedicarme una sonrisa socarrona, y yo voy a emprender los mismos pasos cuando una fuerza sobre mi brazo me retiene. Me doy la vuelta para encontrarme con la mirada severa de Lyme traspasándome. Sus ojos claros, en contraste con su cuerpo fibroso, resultan fríos y cortantes como el hielo.
-No sé exactamente cuál ha sido la relación entre el tributo de Brutus y tú, pero en menos de veinticuatro horas ya ha habido dos cosas que me han quedado claras: que en el algún momento ha ido más allá de compañeros de entrenamiento y que los dos parecéis querer que no se entere nadie. Y desde luego, si continuáis con ese comportamiento, no vais a engañar ni al más tonto de los capitolenses operados que os van a estar observando minuto a minuto antes siquiera de que piséis la Arena. Así que id con cuidado, e intentad solucionar, aunque sea temporalmente, cualquier problema que haya podido surgir. Las relaciones personales, y más aún si no están resueltas, no hacen más que complicar las cosas.
Le mantengo la mirada, imponiéndome ante la imagen amenazante que se cierne sobre mí; sí, tengo la impresión de que mi mentora dejó atrás toda blandura y maleabilidad cuando ganó sus Juegos, pero no es la única. Y en mi caso, sucedió años antes de levantar la mano para presentarme voluntaria.
-Entre Cato y yo no ha habido nada fuera de lo normal. Fuimos compañeros, incluso amigos, pero eso es todo.
Sé que estoy negando lo evidente, pero la firmeza en mis ojos y en mi voz me respalda, como lo ha hecho siempre mi control sobre mí misma. Soy una redomada experta en hacer a alguien tragar una mentira infumable…
Y precisamente por ello, me sorprende el principio de sonrisa triste que rompe un instante la máscara de Lyme.
-Ya. No sois la primera relación que conozco, Clove. Y de mí va a depender en gran medida tu vida e incluso la de él, por lo que no te vendría mal confiar un poco en lo que te digo.
Con estas palabras me suelta, y siguen permaneciendo en mi cabeza cuando, casi dos horas más adelante, las montañas que rodean el Capitolio se perfilan ante nosotros y nos reunimos nuevamente antes de salir del tren.
-La cabeza alta, la mirada altiva, y tú, Cato, la actitud algo agresiva –este vez es Brutus el que toma la palabra. –Sois los profesionales del Distrito 2, las apuestas juegan a vuestro favor incluso antes de haber sido elegidos, y no podéis decepcionar. Creedme, vuestros estilistas harán un trabajo prodigioso para el desfile, pero vuestra primera carta de presentación ante los periodistas y, por tanto, los posibles patrocinadores, es esta salida. Ah, y sobrinita –se me contraen los músculos en un acto reflejo –sonríe a alguno de vez en cuando; aunque te cueste un esfuerzo inhumano.
Freno el impulso de alzar la vista al cielo, y me contento con morderme el labio en el mismo instante en el que salimos del túnel que nos adentra directamente en nuestra capital. Las ganas de verla son incontenibles y tanto Cato como yo nos lanzamos a la ventanilla. En cuanto mis ojos asimilan los colores brillantes que lo cubren todo, no puedo evitar pensarlo:
“Esta ciudad está hecha para John y Edward.”
Cientos de personas vestidas con las pintas más extravagantes que he visto en mi vida comienzan a saludar en cuanto nos ven asomados. Logro pasar del breve instante de despiste en el que me ha sumido el deslumbrante Capitolio y esbozo mi más que ensayada sonrisa de superioridad; como si fuese yo la que va a comerse a todas estas criaturas tan extrañas y a todas las altísimas construcciones y no al revés, que es lo que me parece más probable. Me permito saludar levemente, no sin excesiva cercanía, antes de apartarme de la ventanilla.
Por el rabillo del ojo veo que Cato también finge una actitud triunfal durante un instante, pero en cuanto gira la cabeza para alejarse de toda la multitud, comienza a entornar los ojos y parpadear rápidamente; a él también le ha podido tanta magnificencia y superfluidad como no hemos visto en nuestra vida aunada en menos de un minuto.
Brutus se ríe.
-Siempre lo mismo, ¿eh? En cuanto salgamos, iremos directos al Centro de preparación para que os humanicen un poco. ¿Preparados?
Aunque nunca imaginé que sería en estas condiciones, llevo años esperando este momento. Claro que estoy preparada.
FIN DEL CAPÍTULO 29
Sigue así! Por cierto, me estas matando con el misterio de la pulsera de clove , y espero pronto el próximo capitulo!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Entiendo la tensión, pero todo se revelará... A su debido tiempo jejej.
Eliminar¡Un beso!
¡Hola! No sé si te acordarás de mí, soy Victoria, la pesada que te envía sus historias para que des tu opinión. Bueno, quería decirte que acabé la historia y la he publicado en wattpad con el título: La chica de la leyenda (Las Crónicas de Narnia) y tiene una pequeña dedicatoria para ti en el primer capítulo. Seguí varios de tus consejos, y quería decirte que estoy MUY agradecida.
ResponderEliminar¡Sigue con la historia porque me muero de ganas de saber qué pasa!