sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo 23: Something I gotta do

¡Hola, tributos! De verdad, no sabéis lo muchísimo que siento este retraso, porque esto tendría que haber estado subido hace como dos semanas por lo menos, pero es que llevo toda la semana enfermita y en cuanto llegaba a casa de clase, lo único que podía hacer era tirarme en la cama y dormir :(. En fin, el caso es que ya lo tengo aquí para vosotros; ¡espero que os guste!
Además, para compensar esta espera, os PROMETO (y no lo puedo incumplir porque la entrada ya está programada, jejeje) que el próximo sábado subiré un adelanto de unas mil palabras del capítulo 24, y dentro de dos semanas exactas lo tendréis preparadísimo para leer :D (y es muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuy largo ^^).
Por cierto, quiero recordaros que actualmente el blog está celebrando un concurso con motivo de sus dos años; por ahora no se ha apuntado nadie, pero la fecha límite es el 1 de diciembre, así que hay tiempo de sobra para que se llegue al número mínimo de participantes :D. Sí queréis más información, haced click aquí.




Girl, understand why
See it's burning me to hold onto this
I know this is something I gotta do
But that don't mean I want to
                              Burn, Usher

CATO
Con una mano en su espalda y la otra retirando un largo mechón negro que ha quedado enredado en su cara, me lanzo nuevamente al ataque de la boca de Clove, sonriendo sin poder evitarlo cuando mi lengua empieza a recorrerla y provoca un gemido, ahogado en un claro intento por no llamar la atención.
Me puede recriminar todas las veces que quiera que preste demasiada atención al entrenamiento; mientras las peleas acaben así, por mí podemos discutir hasta el fin  del mundo.
En lo que mi lengua sigue su trabajo, y casi sin darme cuenta, bajo la mano izquierda lentamente, buscando sustituir la tela oscura de su camiseta por la cinturilla del pantalón, como tantas otras veces…
-Cato, estamos en un sitio público.
-Si no les gusta, que no miren.
Y ante el enésimo gesto de rendición y resignación de Clove, continúo el recorrido de mi mano hasta encontrarme con los bolsillos traseros del vaquero, acallando su ceja arqueada con un nuevo beso. Frente a mí, veo que una mujer en la barra nos mira con gesto reprobatorio; me siento tentado de levantar el dedo corazón para su deleite, pero prefiero centrarme nuevamente en Clove y en el contacto de su piel, siempre más fría de lo normal, con la mía.
Sin embargo, el momento no dura para siempre, y a los pocos segundos el recelo de mi novia vuelve, materializado en sus dos manos apartándome con un leve empujón.
-Oh venga, ¿en qué momento te has vuelto tan pudorosa? –pregunto, intentando picarla.
Pero Clove es lo suficientemente lista como para no responder a la pulla y, con esa actitud prácticamente helada que la caracteriza, y una sonrisa entre divertida y sarcástica, responde en su susurro:
-¿Ves a la mujer que no para de mirarnos como si nos estuviésemos condenando al infierno en este mismo instante? –asiento casi imperceptiblemente -Pues es Nunnie, la vecina de mi hermana, y permíteme decirte que no se encuentra entre mis planes montar un revuelo por lo “libertina y maleducada que es la niña, Bethany”. –finaliza con un tono de voz fingido y absurdo.
Su comentario me hace soltar una breve carcajada que sólo logra que la mirada recriminatoria de la tal Nunnie se llene de aún mayor indignación.
-Pues permíteme decirte a ti que si tan refinada es la señora, no sé qué se supone que hace en este agujero de mala muerte.
Efectivamente, el sitio en el que nos encontramos es uno de los que más frecuenta mi padre a partir de la hora en la que yo me hago el dormido; por suerte, eso nos asegura no tener que cruzarnos con él en este momento de la tarde, pero no por ello se ha dejado de oír en innumerables voces de las mesas vecinas las palabras “alcohol” y “maría”, dudo que ninguno de ellos con usos medicinales. ¿El por qué, entonces, estamos nosotros aquí? Ninguno somos bienvenido en la casa del otro (Junkie ni siquiera debe de saber de la existencia de Clove), y en febrero el tiempo no invita, precisamente, a salir a disfrutar de la calle.
-Venga hombre, su sola presencia aquí ya le da tantos motivos de los que arrepentirse como a ti. Teniendo en cuenta su altísima categoría, no creo que quiera compartir con nadie el rincón mugriento en el que se mete para “huir del frío invernal”. ¿O sí? –sonrío burlón, reafirmándome en el gesto al ver cómo las comisuras de los labios de Clove también se levantan.
-A veces puedes llegar a ser MUY pesado –y cogiéndome de la barbilla hasta ponerla a su altura, se levanta de su asiento para ponerse a horcajadas sobre mis piernas. El suspiro indignado desde la barra sólo consigue que ambos estallemos en carcajadas en la boca del otro, mientras nuestras lenguas se unen hasta hacernos uno.
-Te q… - se me escapa de entre los labios sin quererlo, antes de detenerme bruscamente. Mierda.
-¿Decías algo? –pregunta Clove, y percibo en sus ojos un extraño brillo de…
¿Esperanza?
-No, nada. Sólo que… -la retiro suavemente, sentándola de nuevo en su silla –Creo que tienes razón, deberíamos irnos; se está haciendo tarde.
El brillo en los ojos de Clove desaparece justo una milésima de segundo antes de agachar la mirada. Se levanta de la silla y deja una moneda frente a la taza de café, prácticamente intacta.
-Sí, claro. Mi madre tendrá la cena prácticamente preparada, necesitará ayuda para terminar con la mesa, y eso.
Enfundándose los guantes y cogiendo del respaldo de la silla una bufanda, a la par que yo me recoloco el abrigo, ambos salimos a la calle, donde aún se ve un atisbo de las últimas luces del atardecer.
-En fin, hasta mañana, ¿no?
-Te veo en el entrenamiento –respondo, y ella se despide con una sonrisa vacía y un gesto de su mano. Oigo sus pasos cortos y seguros sobre el suelo escarchado, mientras las nubes de vaho forman un halo en torno a su cabeza.
En cuanto se aleja, pego una patada, furioso, al suelo de tierra.
¿Qué he hecho?
“¡Joder, joder, JODER!” me repito en mis pensamientos. ¿Cómo he podido dejar que se me escapara, aunque fuese solo un segundo? ¡No, no, NO! Hace mucho tiempo que tomé una decisión, y esa decisión implicaba no pronunciar, ni tan siquiera pensar un nimio instante, esas palabras.  ¡Se supone que ya lo tenía controlado, que sabía dejarlo pasar y centrarme puramente en lo físico, como estaba planeado! ¿A qué ha venido esto, puñetero subconsciente?
Con un rugido de rabia, doy un puñetazo al muro de la casa más cercana, ahuyentando al pobre pájaro que se había posado en su tejado. Tras esto, inspiro y espiro varias veces, intentando recuperar la calma hasta que, pasados unos minutos, la tensión en mis venas desaparece. Vale, ya está. Sólo ha sido un momento de debilidad, que no volverá a repetirse. Nunca.
Abro la puerta de mi “casa”, para encontrármela vacía; mi padre acabará de salir en busca de una botella o un lote de latas nuevo, puesto que en el armario donde suele guardarlo todo no encuentro más que un rancio olor a alcohol. Entro en mi cuarto y, tras echar una ojeada desconfiada fruto de la costumbre, levanto un tablón suelto en el delgado espacio que separa mi cama de la pared destrozada.
En él, enfundada en lo que en otro tiempo debía de ser terciopelo, se encuentra el mayor tesoro que poseo: una espada, vieja y que ahora me está algo pequeña, que me regaló Dock poco después de cumplirse un año de entrenar junto a él. Acaricio la tela ensimismado antes de descubrir otro misterioso brillo metálico. Extrañado, meto la mano para sacarlo y lo recuerdo.
El regalo de Clove por su decimosexto cumpleaños.
Se trata de un fino colgante que, a mi ojo poco sensible, resulta sencillo pero bonito (bueno, bien, quizás Hayden me ayudara un poco en la elección): plateado, con un único adorno de un material que parece cristal en forma de lágrima. Lo recorro con los dedos y sonrío por haberme olvidado tan rápido, habiendo pasado menos de una semana de que lo comprara.
Sin embargo, la sonrisa pasa rápidamente a convertirse en un gesto mucho menos alegre. Las palabras casi pronunciadas en el bar vuelven a mi memoria, y aprieto el puño en el que se encuentra el colgante. No, este no es un regalo para Clove, no es un regalo propio de una relación como la nuestra, sino una evocación penosa a un cuento de hadas que desde luego no vamos a vivir. Estoy a punto de estrellarlo contra el suelo, pero, por una vez en mi vida, contengo el impulso; a pesar de todo, Clove se sigue mereciendo un regalo, y yo sigo necesitando dinero con el que pagarlo.
Simplemente, este no es el adecuado. Mientras nosotros seamos nosotros, no lo será.
Guardo el colgante en una caja azul que reposa sobre mi mesilla de noche y, tan rápido como puedo, me dirijo a la tienda del centro del Distrito donde lo compré, rezando porque esta siga abierta pues, cuanto antes me deshaga de él, antes se evaporarán las ilusiones vanas que me hice sin querer al intentar hacer de él su regalo. Me guardo de pasar cerca de la zona que frecuenta mi padre, por si acaso, y justo diez minutos antes de la hora oficial de cierre, a media hora del toque de queda, entro y cambio el colgante por otra pieza del mismo precio y que, sin embargo, supone algo mucho más cercano a la auténtica Clove.
Porque, al fin y al cabo, decidimos huir de estúpidas fantasías llenas de “te quieros” y piezas de joyería cara en el momento en que pisamos el Centro de Entrenamiento.

CLOVE
Me despierta un incómodo rayo de sol apuntando directamente a mi cara. Con el mal humor propio de quien se ve obligado a salir de la cama en contra de su voluntad, abro un ojo lentamente para descubrir al culpable de esa luz indeseada: un descosido suficientemente grande en la manta morada que cubre la ventana de mi cuarto. Suspirando, le pego una patada a las sábanas y arqueo la espalda para estirarme. Cojo el pantalón que reposa sobre el respaldo del asiento y abro el viejo armario para sacar la primera camiseta que encuentro, aún medio dormida. Palpo dentro del único cajón que hay en este, agarro una muda interior limpia, y me cambio rápidamente el pijama. Bajo las escaleras conteniendo un bostezo, y por puro instinto, llego hasta la cocina sin caer en la cuenta de que las luces están curiosamente apagadas. Sólo al no encontrar el paquete de café en el armarito, empiezo a sospechar que algo sucede, pero no es hasta que toco el interruptor y salgo de la semioscuridad en la que estoy sumergida que veo la tarta redonda coronada con muchísima nata junto a una taza de chocolate caliente.
Y entonces, saliendo de ninguna parte con una energía que jamás habría llegado a imaginar en ella, mi madre llega y me da un abrazo que casi me tira al suelo.
-¡Feliz cumpleaños, Clove!
Oh, claro, lo había olvidado. Hoy es el día de mi decimosexto cumpleaños.

FIN DEL CAPÍTULO 23

¡Triáaaaan! Sé que no es muy largo, pero os prometo que el siguiente lo compensará :). ¿Qué os ha parecido? ¿Bueno? ¿Malo? ¿Mereció la espera? ¿No? Cualquier opinión será genialísimamente recibida :D.

7 comentarios:

  1. Es supermegageniiiiial me ha encantado es que sigo pensando que clavarse a los personajees menos mal que has dicho qhe públicas el próximo pronto por que lo necesitoo jajaja sigue asiii
    ¡Un besoo!

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  2. Me ha encantadooo!!! Dillardi, no nos puedes dejar con esta intriga! :'(
    Me está gustando mucho y le estoy cogiendo mucho cariño a los personajes, y más a tu maravillosa forma de escribir.
    Muchos besos y espero que continues pronto! ;*

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    1. ¡Muchas gracias! ^^ Me alegro de ver que cada día os gusta más y más :D
      ¡Un beso!

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  3. Amo leer los capitulos,la verdad sos una genia.
    Espero que no se terminen muy pronto,recien voy por el capitulo 16 ,pero me encanta.
    Por favor que no se termine muy pronto,y continua esta hermosa historia♥Besos

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    1. ¡Hola!
      Muchas gracias, es toda una satisfacción ver ir apareciendo nuevos lectores :D
      Un beso ;)

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  4. Bien, y ahora nos quedamos como : "que le ha comprado, qué ?!"
    Un beso cielin, sigue asi

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    1. Jajajaja me alegra ver que mantienes la tensión ^^
      ¡Un besazo!

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